Francisco Rodríguez Adrados
El desmadre lingüístico
No voy a entrar en la nueva normativa sobre el español y el catalán en la enseñanza, pero sí quiero decir que inicia una nueva vía para encauzar un desmadre que viene creciendo cada vez más desde el mismo momento en que estrenamos Constitución. Y que esto es encomiable. Para empezar, hay que hacer un reproche a la propia Constitución cuando en su artículo 3.1 dice que «el castellano es la lengua española oficial del Estado», debería decir «el español». Porque lo que fue castellano en el origen hoy es «español», que es un castellano evolucionado y ampliado, no el del poema del Cid. Español se llama en todas partes, pregunten en América, por ejemplo. Y nuestra Academia es española, no castellana. Aquí los padres de la Constitución metieron la pata por las presiones políticas. Don Dámaso Alonso, que presidía nuestra Academia por entonces, bien que lo sintió, bien que insistió ante los padres de la Constitución. Pero nada. Yo mismo aclaré el tema en un artículo «Español y castellano», en EL PAÍS (7-VII-1978). Pero nada.
En fin, no es esto lo más esencial, es como lo de los galgos o podencos. Lo esencial es que la Constitución ha sido mil veces vulnerada. Cuando escribo esto, leo en la portada de LA RAZÓN del día 6: «La mayoría de los españoles creen que la Carta Magna no se respeta, según el CIS». Según el CIS y según la verdad más elemental. El artículo que cité, la lengua que allí llaman castellano, «todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla». Y eso se incumple agresivamente. Llevo escribiendo sobre ello en todos los periódicos, también en los libros. Hasta hoy, cuando por primera vez el Gobierno se atreve a dar un paso adelante en defensa de la Constitución y del español. No voy a entrar en el detalle, pero es claro que, esencialmente, ese paso adelante yo lo apruebo. He discrepado abiertamente del ministro en otras cosas, el tema de las lenguas clásica maltratadas en el primer anteproyecto de la nueva ley. Doy mi apoyo a él y al Gobierno y al sentir general de los españoles en este otro tema: por primera vez se comienza a sanar ese desmadre. No se puede cumplir la Constitución si se obliga a los niños a inmergirse en otras lenguas y es casi heroico aprender español en Cataluña. Además no aparece en parte oficial alguna, ¡hasta te ponen una multa por un anuncio en español! Hoy todos los catalanes saben español por una herencia centenaria, pero si esto no se cambia, la próxima generación lo ignorará. Ellos y nosotros no podremos ya relacionarnos personal ni culturalmente ni en nada si Cataluña se convierte en una isla lingüística. Una especie de Albania. Mejor que tomen el modelo de Irlanda y Escocia: hablan normalmente en inglés. Es un daño el que están causando a Cataluña. Porque es normal que hablen su lengua quienes la heredaron desde niños y que en catalán se escriban poesía, publicaciones todas. No lo es que se imponga por disposiciones sectarias y presiones económicas, como ahora. Las lenguas no se imponen por la violencia, en realidad no pueden imponerse así, será un fracaso. No es verdad que el español se haya impuesto en el País Vasco por la espada, como decía aquél. Las lenguas se imponen por propia conveniencia humana cuando hay participación en una cultura común. Así entró el español en Cataluña, en el País Vasco, en América, en toda España. América fue en esto modélica: mantuvo el español tras la independencia. Esa misma independencia fue aquí el modelo, a partir de 1900, para los intentos de secesión. Un mal modelo, dañino para todos. Irracional. Pero no es sólo Cataluña, el mal es más profundo. Eso de que se exijan las lenguas locales para miles de actividades culturales y profesionales, cuando existe, sigue existiendo, una lengua común. Para aspirar a una plaza de Música en Galicia hay que saber gallego, cuando todos hablan español. Y en universidades como las de Santiago o Alicante, todos los letreros y toda la literatura oficial está en las lenguas locales. Directamente o mediante diversos trucos intentan que en las clases sólo se hablen las lenguas locales, quieren convertir a ellas al profesorado y al alumnado. Me dicen, por ejemplo, que en Valencia, autonomía del PP, tienen en la Universidad modelos que aplican al profesorado: reconocen mayor valor científico o profesional a los que dan la clase en valenciano. Reciben una gratificación especial. No insisto, la lección es ésta: casi nadie se atrevía a criticar estas extravagancias. Si se le contaban a un ministro o a una Academia, te daban la razón en privado, pero en público no se atrevían. Incluso para condenar el lenguaje que intentan imponer las feministas –y que es un puro error, no otra cosa– ha sido complicado lograr que hablara la Academia Española. Lo hizo, por fin.
Termino. Es alentador que se empiece a reaccionar. Porque estamos ante un movimiento que en el fondo niega la existencia de una nación española. Es un torpedo contra ella. Esto no va contra nadie, es a favor de la convivencia, la colaboración entre todos.
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