Pedro Alberto Cruz Sánchez
El humor macabro
Fue Wenceslao Fernández Flórez siempre un desacomodado, alguien mirado con recelo, con un pie dentro y otro fuera de lo establecido. Liberal hasta extremos incómodos, impregnó su literatura con ese timbre de decepción sorda, que estalla por dentro y que apenas deja un sutil rastro por fuera. Sus relatos sorprenden por la actualidad de sus temas: la crítica hacia la producción, el egoísmo, la cultura del automóvil, la depravación inmobiliaria. Y todo ello desde la atalaya privilegiada de un estilo imperturbable, sin estridencias, en donde lo absurdo, lo iracundo, lo macabro, se dicen con una naturalidad que tensa todos los vectores de la lógica.
Fernández Flórez se hace profundo a través del humor; un humor inconfundible que nace de la que, quizá, se pueda considerar como su principal –y no siempre bien valorada– singularidad: su visión holística del mundo. El inteligente arraigo que, a lo largo de su trayectoria vital, mostró hacia su Galicia natal le permitió explotar al máximo la laxitud con la que se experimentaba la cultura en la periferia: una relajación del rigor centralista que le facilitaba concebir universos totales, en los que la vida y la muerte, lo humano y lo animal, lo orgánico y lo inorgánico se fundían en un collage de estampas que, como si de un antecedente de la posmodernidad se tratara, rompían la linealidad del relato en mil jirones a cada cual más sugerente. La cualidad de lo macabro surge, en su obra, precisamente, de la normalidad con la que la muerte se inmiscuye en la cotidianidad de sus personajes. Representante conspicuo de esa «España negra» que tuvo en Darío de Regoyos, Solana, Valle y tantos otros a notarios de lujo, la visión de la muerte que cristaliza Fernández Flórez en numerosos relatos abraza por momentos lo truculento e irreverente con una claridad y concisión tal que provocan por su tono apolíneo. Por sorprendente que parezca –habida cuenta de su convencido conservadurismo–, en él nos encontramos con algunas de las imágenes más salvajes y enloquecidas de la atemperada modernidad española. Y todo ello con una pulcritud abiertamente provocadora.
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