María José Navarro
El legado
Tendrán que venir generaciones posteriores para entender la magna obra de Santiago Calatrava, cuyos abogados se han personado en una vista oral para reclamar el cierre de una web crítica y faltona con el artista. Parece que no ha podido ser, ay. La citada página se ha dedicado a emborronar la irreprochable hoja de servicios que para la arquitectura ha dejado Calatrava, citando algunas desgraciadas circunstancias que ha sufrido parte de su excelso legado, accidentes que únicamente pueden atribuirse al azar o a la carta astral de la fecha de inauguración. El puente del aeropuerto del Bilbao (por poner un par de ejemplos) resbala un poquito más que las pistas de patinaje de Sochi, y el Palacio de Exposiciones de Oviedo (donde prodigiosamente la visera mutó de móvil a estática) perdió desde una altura de quince metros una pequeña pieza de hormigón de quinientos metros cuadrados. Hubo tres heridos, pero leves, así que no se me pongan a pitar como las teteras. Es cierto que las construcciones de Calatrava no han tenido nunca sensibilidad extrema para las personas con movilidad reducida. Es verdad que el arquitecto valenciano no ha sido vigilante con los presupuestos iniciales. Puede, además, que no sea un arquitecto barato, pero en ningún sitio está escrito que no se pueda cobrar quince millones de euros por una maqueta de dos torres. Todo eso, amigos, queda eclipsado por la ola de solidaridad que ha despertado en la parte del mundo real donde habitamos los discípulos de Mr. Bean. Hoy mismo se me ha desplomado el tendedero acordeón del ofis, anclado en la pared por dos tacos gordos de los de temblar el basto. Celebren que no hayamos optado por la cirugía gastrointestinal.
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