Restringido

El loco mundo de Trump

La Razón
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Cuando la realidad bordea la esquizofrenia unos acuden a la poesía simbolista y otros a las drogas de alta graduación. Lo que sea con tal de esclarecer lo insondable. Ante la evidencia de que el pasado martes Donald Trump arrasó en las primarias de Florida y ganó en otros cuatro estados asalté internet con el gesto entre desesperado y dandy de Ray Milland cuando en «Días sin huella» colgaba la botella de whisky de una cuerda en la ventana para que nadie pudiera quitársela. Ya que no escribir, el pobre Milland encontraba consuelo en el veneno color ámbar. Así iba tirando. Con la estupefacción de la borrachera como remedio al desconcierto que le ofertaba la vida. Lejos de beberme los floreros, y no será por falta de ganas en cuanto asoma en televisión, elegí «El loco mundo de Donald Trump», el documental del periodista Matt Frei, como el último recurso para explicar a un personaje tan inclasificable como absurdo. «Todas las noches me levanto y agradezco que se haya presentado y quiera ayudarnos», comenta una señora aparentemente sobria ante la cámara. Ann Coulter, comentarista y devota de Trump, considera su irrupción una noticia esplendida porque desestabiliza el orden establecido y limpiará Washington de «lobbies» y políticos camastrones. Los partidarios del millonario, blancos, pobres, masticados por la pérdida de trabajos y el cierre de empresas, acostumbrados a trabajos de baja cualificación, musitan con los dientes apretados que les están robando el país. Una conspiración de morenos, pieles rojas, indios, pachucos y chinarros amenaza con guindarles su lugar bajo el sol. Cualquier estudioso del blues sabe que en Mississippi los más racistas no eran los dueños de los plantaciones, que al cabo necesitaban a los negros y tenían cosas mejores que hacer que calzarse un capirote y quemar cruces, sino los jornaleros blancos, «white trash» (basura blanca) con los que estos competían por el pan y el martirio diario en los algodonales. De ahí que la elocuencia de Trump se sostenga sobre el andamiaje de un discurso contrario a las élites, de plebeyo airado contra los patricios por mucho que su fortuna personal ronde los 4 mil millones de dólares.

A nadie entre sus devotos le importa un carajo que la quiebra de sus casinos empobreciera a miles de pensionistas, que contratara a peones polacos en situación irregular para levantar la Torre Trump, que en los ochenta tratara con la mafia neoyorquina o que sus mensajes sean más pertinentes en un club de la comedia hasta el culo de opiáceos que en la arena política. Sus debilidades, argumentos pueriles, indisimulado gansterismo y bravatas lo blindan ante las críticas. No hay manera de contrarrestar un discurso inguinal. Bien lo sabemos en la España de Puigdemont y cía. Revisar hechos y contrastar razonamientos sirve de poco cuando la trola nutre los motores del ingenio dadá. Como yo no aspiro a renovar cargo en el Congreso y tengo los papeles en regla pienso divertirme con lo que resta de campaña. Y esto es sólo el aperitivo. Verán cuando Trump pasee con el maletín nuclear. Menuda risa.