Pedro Alberto Cruz Sánchez

El mal de la reproducción

Según el Observatorio de Piratería y Hábitos de Consumo de Contenidos Digitales, el 84 por ciento de todos los contenidos culturales adquiridos en España está «pirateado». La cifra es tan sumamente aplastante que la primera consideración que cabe realizar a partir de ella es que, en nuestra vieja piel de toro, apenas si existe cultura fuera de los hábitos irregulares de consumo. Cuando la enfermedad es tan grande como el propio cuerpo que la padece, resulta extremadamente difícil proponer una «solución tradicional» que pase por extirpar el mal, manteniendo el tejido original. La «piratería» es una forma de cultura en sí misma cuya erradicación sólo se puede concebir de forma lenta y en contextos enteramente ideales y proclives a la causa. Ni en el plano legal ni en el educativo resultan ya imaginables «medidas milagro» que procuren un vuelco radical o simplemente significativo de la situación actual hasta escenarios anteriores y más benignos.

Paradójicamente, es la esencia de la industria cultural –la reproducción– la causa principal por la que la «piratería» constituye ya un elemento intrínseco a cualquier estrategia comercial. Walter Benjamin, en su célebre texto «El arte en la era de su reproductibilidad técnica», quiso ver en la capacidad de multiplicación de copias del cine y de la fotografía el rasgo principal del arte moderno. Y efectivamente así es. Sólo que, como era comprensible, Benjamin jamás tuvo necesidad de valorar éticamente esta pulsión reproductiva: si se realizaba mediante procedimientos lícitos o ilícitos era algo que no afectaba a la tesis principal que él defendía. A día de hoy, se constata que el único nicho a salvo del «mal reproductivo» que le queda a la cultura es el directo. El «aura» del que hablaba Benjamin como una condición premoderna del arte es el exclusivo oasis económico que le resta a la industria cultural en su agónica lucha contra la «piratería». En cuanto se desborda la experiencia original, in situ, del hecho cultural, comienzan los problemas y se multiplican las posibilidades de lo ilícito. Acabar con la «piratería» supone dar fin a la cultura de la reproducción. Un imposible que sólo lleva a añadir más dramatismo al momento vivido por la cultura actual.