Martín Prieto

El patio de Monipodio

Los corruptos son fauna universal e incluyen a los rigoristas jerarcas del Partido Comunista Chino, pero nuestros autóctonos son una rastra cutre, casposa y paleta. La inmoralidad, o la amoralidad, tiene sus categorías y su fascinación. «Lehman Brothers» fue un prodigio de maquillaje contable, como despierta admiración la pirámide financiera de Bernard Madoff, viejo timo que ya urdió en Madrid con menos vuelos la hija de Mariano José de Larra. Los grandes ladrones suscitan la morbosa atracción fatal de los abismos, pero en España se ha corrompido hasta la corrupción y Rinconete y Cortadillo no pasan de chalanes trajeados con el único mérito de ser transversales, desde corporaciones, politicastros, leguleyos o sindicalistas. La última Corte de los milagros destapada en sobresueldos de plástico camuflados en tarjetas opacas es un desconsuelo. Los malandrines gastaban por millones el dinero de los demás en comer (y seguro que en folgar) y en gollerías de gran almacén sin molestarse en seducir a una señora con algo de «Tiffany’s and Co.» donde siempre puedes comprar una piececita por un dólar. He sido directivo de un gran holding y desconocía la existencia de las tarjetas de empresa. Con mi sueldo he sufragado viajes profesionales y almuerzos de respeto, gastos inmediatamente reembolsados por el gerente tras justificar motivos, aportar facturas y hasta el nombre de mis comensales y la razón del ágape. Igual que los nuevos y enésimos comunistas afirman no ser de izquierdas, aquí las corruptelas zarrapastrosas se tienen por justa compensación en negro por inexistentes servicios prestados a uno mismo. Joaquín Costa incitó al regeneracionismo, pero siglos antes la picaresca generó brillantes páginas de nuestra literatura, y ése es el poso inextinguible que sigue floreciendo. Ya que roban que lo hagan con ingenio y grandeza y no con esa impericia de bolsas negras de basura repletas de billetes trasladadas junto a la amante para echarle la culpa en una aduana. Nuestros ladrones no van a la oficina y se añora aquella «beatiful people». Andreotti: «Manca finezza».