Alfonso Ussía

El sollozo blandiblú

La Razón
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Lo dijo Edgar Neville. «Llorar de alegría es de pobres». Creo que la frase quedó incompleta. En las últimas décadas, llorar de alegría ha sido característica común de actores y folclóricas. Otra cosa es definir el folclore, que es asunto arduo. La actriz comenta a cámaras y reporteros lo que ha sentido al saberse elegida por Almodóvar para una nueva producción: «Cuando me llamó Pedro y me lo confirmó, me puse a llorar de alegría». Y en ese instante, de nuevo rompe en llanto.

Se ha publicado en «La Razón», en su Punto de Mira, un documento gráfico estremecedor. El conocido don Ignacio Javierre solloza al modo blandiblú al abandonar los juzgados de Fuenlabrada. Su zollipo cuenta con el consuelo de su señora esposa, la también conocida doña María Hernández. Es la síntesis del buenismo animalista sostenible. Don Ignacio no puede reprimir el gimoteo cuando muestra a la prensa allí reunida el Libro de Familia de la pareja Javierre-Hernández en la página de registro de su hijo. Al fin se llama Lobo. «Nuestro hijo ya se llama Lobo», reza un cartel. El padre y la madre de Lobo Javierre Hernández, emocionados hasta el límite de lo soportable, lo celebran con el puño en alto mientras él, a duras penas, manifiesta: «Es una mezcla de rabia por todo el tiempo perdido, y de alegría, porque todo ha acabado por fin». Y nuevamente, un golpe de berrinche gozoso.

El rompedor y llorón matrimonio ha abierto la puerta de la naturaleza a los futuros nombres de los españoles por nacer. Lobo tiene empaque. Tengo amigos que, sin llorar tanto sus padres, llevan a cuestas el mote de Lobo. Un futbolista del Barcelona se hacía llamar «Lobo» Carrasco, y llevaba la vida con enorme naturalidad. Otro, que es un ejemplo de bondad y buena educación, responde al apodo del «verraco», y en Potes conozco a un «Oso», un «Zorro», y una «Comadreja». En mis años juveniles fui novio durante unos días de «la Garza», que era a su vez hermana de la «Avutarda» –tenía bigotes–, y prima de la «Mofeta», de muy complicado baile agarrado como su denominación advertía. A quien escribe, que se coloreaba pronto con los esfuerzos, le decían «La Quisquilla», y me reúno en bastantes ocasiones durante el invierno madrileño con el «Jabalí», el «Tigre», y la «víbora», ingeniosa mordedora de honras ajenas. Tengo un gran amigo que barrunta la nieve, y al que llamamos el «Neverí», un ave intuitiva, en latín «Fringilla Coelebs», que canta con más fuerza cuando se aproxima la gran nevada. Con la nariz muy larga y aguileña, no dotada de un exceso de centímetros y algo regordeta, le decíamos «la Mochuela» a la titular de un histórico marquesado que casó y tuvo mochuelitos. Es decir, que no se entiende el motivo de tanto llanto por llamar a un niño «¡Lobo!». Esta gente de la izquierda animalista tiene muy poco mundo.

Tampoco es original. En América son habituales los nombres creados desde el sonido. Así «Yusnavi», que proviene de «US Navy», y Verenice, que viene de «very nice». El lobo es un animal portentoso, enigmático y poco educado con las ovejas. Para comer el solomillo de un cordero mata previamente a cuarenta. «Si emite un cua-cuá y anda como un pato, es un pato». Elemental principio ornitológico. Pero no siempre. A mi querido y chispeante amigo Cholito Díaz de Malvís, que gustaba de vestirse de multicolor, y andaba como un pato sin ser pato porque le faltaba media vuelta al pulgar, le decían sus allegados «el Pato Mandarín» o la «Trucha Arcoíris». A un dirigente batasuno, Alfonso Guerra le puso el «Cernícalo», y le venía como anillo al dedo. Llamar Lobo a un hijo, además de una majadería, son ganas de dificultar la vida de Lobito cuando se haga hombre. Hay padres, por mucho que lloren de alegría, que no ven más allá de sus chancletas. A los hijos hay que procurar llamarlos con cariño y buena educación. Así me respondió el remero de una trainera de Pasajes de San Juan cuando le pregunté por qué se llamaba Prosapio: -Porque mi padre era un hijoputa-. Y ahí terminó mi indagación.

Nada heroico hay detrás de esa obsesión publicitaria de los padres de Lobo. Y nada más ridículo que el llanto con el puño en alto para celebrar semejante tontería. Como Lobo desarrolle un carácter violento, que se vayan preparando sus padres. Para un lobo no hay padres. Hay otros lobos. Tendremos noticias.