Ciudadanos
El tic de Ciudadanos
En el partido de Albert Rivera conviven muchas ideologías, aunque todas se agrupan en dos: los de izquierdas, y los de derechas. Pero a unos y otros les unen dos cosas: las siglas de Ciudadanos y, aun más, el desprecio al PP. En el grupo de izquierdas está José Manuel Villegas, que empezó en las Juventudes Socialistas de Catalunya y ahora es vicesecretario del partido; a lo que habría que sumar su papel de director en las campañas autonómicas en Cataluña de 2006, 2010 y 2012. En el sector de derechas estaría Juan Carlos Girauta, portavoz del partido en el Congreso de los Diputados, y al que se le nota su sentido común siempre que, lógicamente, no hable del PP.
En la pasada legislatura, aquellos dos sectores se unieron en el pacto con el PSOE, pacto que escondía un deseo común: sustituir a los socialistas en su espacio político. Pedro Sánchez se radicalizó porque quería los votos de Podemos. Pero nunca los recuperó, y solamente le siguieron apoyando los socialistas de toda la vida; esos que aguantan carros y carretas, Pedro Sánchez incluido. Mientras tanto, Ciudadanos, espectador interesado de aquel suicidio petrino, quiso sacar tajada, pero el 26 de junio les dio una lección: se quedaron sin los votos moderados socialistas, y sin los antiguos votos prestados del PP que volvieron a Mariano Rajoy.
Es un hecho que a Ciudadanos les gustan los votantes socialistas, y siguen sin darse cuenta de que los que en realidad les votan son la gente del PP que quiere un cambio dentro del PP. Pero les da igual. No hacen nada para ganarse a estos, mientras que cada día lanzan mensajes a los primeros. Un sinsentido o, como ahora dicen, un postureo que ha llevado a la política nacional a una situación imposible.
La actual negociación para la investidura parece –como dice Manolo Marín– la pelea de dos cuñados en una barbacoa. Nadie duda de que llegarán a un acuerdo, pero los de Ciudadanos no pueden evitar ese tic –terminarán con tortícolis– que les hace mirar siempre a la izquierda. Por eso quizá dicen que su apoyo a Rajoy es solo para la primera votación de investidura, a sabiendas de que va a fracasar, y no para la segunda, donde el PNV –si necesita en el País Vasco al PP– podría darles sus votos. Peligrosa equidistancia que, de momento, ya les ha hizo perder ocho diputados.
Con todo, lo más interesante de las negociaciones entre los populares con Ciudadanos son las condiciones de las que están hablando. Ya las primeras seis que puso Rivera a Rajoy, y que ahora han pasado a ser noventa o cien, –depende del portavoz que uno escuche– incluían aspectos que únicamente podían llevarse a cabo con una reforma constitucional.
Pero ahora es que ahora hay propuestas, con presupuestos y partidas económicas incluidas, que son más propias de políticas de gobierno que de una negociación. La última –que el PP se someta a unas primarias para elegir a sus candidatos– resulta no solo una injerencia de un partido en la organización de otro, sino imponer unas directrices que no cumplen ni siquiera en Ciudadanos.
Y entonces, ¿para qué las proponen? Pues sencillamente para demostrar que pueden pedir. En la negociación con el PSOE fue éste el que más condiciones puso, y Rivera el que tragó: hasta la eutanasia y la denuncia de los acuerdos con el Vaticano. Esta vez quieren ser ellos los que propongan medidas de su tic izquierdista.
Por eso no quiero ni pensar lo que podría ocurrir si estos partidos gobernaran juntos algún día. De cuñados pasarían a suegros.
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