Cataluña

El tiempo nuevo

La Razón
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Los nacionalismos tuvieron éxito con su mensaje distorsionador de la realidad. Tanto que retorcieron el lenguaje hasta envenenarlo de palabras como autodeterminación que acabaron comprando no sólo sus seguidores exaltados, sino el hombre común. Ahora, por el fracaso del discurso a la contra, los ciudadanos dan por buenos ciertos principios con la aquiescencia de los partidos nacionales que en vez de rebelarse jugaron a hacer la pelota a los bárbaros. Ahora, bendecidos por décadas de buenismo, nos encontramos en vísperas de un desastre en Cataluña. Pocos defendieron a España cuando tocaba. Lo mismo sucede con ese tiempo nuevo del que hablan desde el rey a los políticos de nuevo cuño, un término que supone el fin del nepotismo y la corrupción, el entierro de los viejos y hasta la felicidad asegurada por decreto. Y tres huevos duros. Como antes los nacionalistas, el populismo ha envuelto la basura con viñetas de superhéroes. En vez de construir diques de contención con la verdad por bandera, los partidos tradicionales cargan en su mochila con palabras mágicas y versos fetiche como transparencia, renta mínima, justicia social o el gobierno de la gente como si hasta ahora hubieran pastoreado a borregos. Los populistas se han encaramado al poder contando mil veces una mentira hasta que vimos un país irreal en el que sus habitantes eran poco menos que mendigos que había que salvar de los extorsionadores democráticos, víctimas del «terrorismo financiero». Lo peor es que los que deberían vender sensatez –los socialistas, por ejemplo– juegan en la farsa de ese tiempo nuevo que acabará devorándolo todo.