Restringido
El «Trump-fo» del desastre
Para comprender el distinto funcionamiento de los partidos políticos en Estados Unidos con respecto a Europa es necesario retrotraerse al origen de la democracia norteamericana. A diferencia de los distintos países del Viejo Continente, los norteamericanos instauraron el sufragio universal desde el primer momento. En Europa fue una lenta conquista que tuvo como consecuencia, entre otras no menos importantes, que los partidos socialdemócratas tuvieran una etapa inaugural en la que su único objetivo era defender los intereses de las nuevas clases populares urbanas que derivaban de la Revolución Industrial desde fuera de las instituciones a las que no podían votar los trabajadores.
En EE UU los dos grandes partidos compitieron desde el primer momento por un voto transversal sociológicamente y apuntalando su proyecto sobre cimientos muy liberales. Mientras, en Europa, los partidos de izquierda sólo representaban a las clases trabajadoras, se nutrieron del movimiento obrero e iniciaron un proceso de fragmentación que tuvo como origen el debate de la aceptación o no de la democracia «restringida burguesa» o las posiciones respecto a la participación en la Gran Guerra de 1914.
La evolución histórica, especialmente de la segunda mitad del siglo XX, hizo que los partidos socialistas de las democracias europeas consiguiesen la alianza entre las clases medias y los trabajadores, hecho que hizo hegemónico el proyecto reformista típicamente socialdemócrata. Hoy, ambos continentes se encuentran en una encrucijada, aunque nuevamente de distintas coordenadas para los demócratas americanos y los socialdemócratas europeos.
La actualidad política española está absorta en su particular sainete, de desenlace malo o muy malo, y están pasando, a cierta distancia, las primarias estadounidenses que están poniendo de manifiesto la crisis de los republicanos.
Después de un marcado liderazgo del presidente Barack Obama y del desgaste propio de la acción de gobierno en un contexto económico difícil e inmersos en distintas crisis políticas en el exterior, con la Sra. Hillary Clinton como favorita, que representó en 2008 lo que los demócratas y el pueblo americano no querían, parecía probable un resurgimiento republicano. Sin embargo, lo que estamos viendo son unas primarias en las que el proyecto republicano, ultraliberal en lo económico y de dominio de los halcones en la política exterior, está siendo arrasado por el proyecto nacionalista y populista del Sr. Donald Trump, con posiciones erráticas, de extrema derecha en asuntos como la inmigración y próximo a la izquierda sindical en su defensa del proteccionismo comercial, que se muestra yermo de ideas y desinformado en los temas importantes.
Un populismo peligroso, que desde la concepción de la política como un «show» y con el único aval de su engrosada cuenta corriente de multimillonario, hace que un extremista racista pueda ganar las primarias republicanas y hacer tambalear la historia de un partido que tuvo liderazgos como el de Abraham Lincoln, que abolió la esclavitud.
Se equivocaron los republicanos con la Sra. Sarah Palin, el «Tea Party» y las ideas libertarianas, que no son sino cuñas de fractura social que llevan al extremo algunas posiciones teóricas con consecuencias en la vida de las personas. Cuestiones como la negación de los seguros sanitarios públicos, que niegan el derecho a la salud y otorgan preeminencia a la propiedad privada como título de libertad y, por tanto, no se justifica que el dinero de unos, por ricos que sean, contribuya a pagar el médico de otros, por pobres que sean, hace la vida difícil a quienes no tienen dinero para tratarse un cáncer.
La Sra. Clinton no es el Sr. Obama. No despierta pasiones, ni demasiadas emociones, pero los demócratas están sabiendo mostrar un modelo reformista que ofrece seguridad a las maltrechas clases medias, mientras que los republicanos están asustando a muchos americanos y, sobre todo, a muchos de nosotros.
Los republicanos y sus «think tank» deberían reflexionar por qué en las circunstancias actuales norteamericanas de descontento y erosión por la dureza del castigo de la crisis sobre las capas medias, puede representarles el proyecto más débil intelectualmente de su historia inmediata.
La socialdemocracia europea, por su parte, también debería pensar por qué, cuando la crisis de 2008 puso en evidencia la quiebra de un modelo ideológico, el neoconservadurismo de la Sra. Margaret Thatcher y el Sr. Ronald Reagan, es más impotente que nunca para mostrar y convencer sobre un proyecto reformista que se forje en una nueva alianza entre amplios sectores de la sociedad.
La crisis de la socialdemocracia puede dar lugar a experimentos en los extremos. Los socialistas democráticos somos reformistas, por eso nos han repudiado los «revolucionarios» de izquierda. El reformismo ha ganado en algunos momentos de la historia y ha perdido en otros, pero siempre ha sabido qué quería reformar y para qué.
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