Alfredo Semprún
En Nigeria, al menos, la corrupción se paga
Cuando los bárbaros de Boko Haran se reagruparon y se rearmaron con los arsenales de Libia, los nigerianos del norte, musulmanes, pobres y olvidados, se descubrieron como siervos sin señor. Hasta 13.000 de ellos tuvieron que morir asesinados, ver a sus hijas raptadas y prostituidas, perder sus haciendas antes de que Occidente reaccionara y en Abuja, el Gobierno de Goodluck Jonathan, se viera asediado por la BBC y las fotos de Michelle Obama con el cartel de «devolvednos a nuestras hijas». Enviaron al Ejército, tan comido por la corrupción que ni siquiera podía hacer volar con seguridad un par de aviones. Luego, los islamistas cometieron el error de expandir el califato a orillas del lago Chad y Camerún. Los primeros intentos de operar conjuntamente entre las tres fuerzas implicadas demostraron que los nigerianos no eran de fiar. Varias operaciones fallaron porque, simplemente, las tropas de Nigeria no cumplían con su parte. Chad y Camerún decidieron operar por su cuenta y sus fuerzas penetraron en territorio nigeriano, batiendo a los islamistas y liberando ciudades y aldeas donde nada quedaba en pie. Los islamistas ejecutan una guerra de tierra quemada al uso antiguo y si se ven cercados asesinan a sus mujeres esclavizadas para que, así dicen los muy miserables, no pierdan su pureza. Pero la guerra es cedazo de voluntades y fue expulsando a los oficiales incompetentes, depurando a los funcionarios corruptos y nutriendo las filas de voluntarios locales poco inclinados a repetir servidumbre. En el resto del país, en el sur rico, cristiano y petrolero, la indignación por la inoperatividad y la estulticia del Estado iba preparando a la opinión pública para el gran cambio. Y allí estaba Muhamadu Buhari, el viejo dictador de los cien días y eterno opositor, militar, musulmán, tan enemigo de la corrupción que muchos le consideran un «cuáquero» africano, ofreciendo limpieza y mano dura. Los de Boko Haran son unos salvajes, pero están en el mundo y tienen estrategas. Así que prepararon una maniobra preventiva e intentaron asesinar al viejo general antes de que las urnas lo pusieran al frente del Gobierno, como ha ocurrido. Buhari sobrevivió al atentado y no parece que tenga muchas dudas sobre cómo solucionar el problema del norte. Enviados de Nigeria recorren estos días Estados Unidos e Israel para contratar con sus industrias aeronáuticas nuevos aviones de cazabombarderos, solicitar asistencia técnica y repuestos para los que la incuria ha dejado en tierra y reponer los polvorines. Hasta ahora, tenían las puertas cerradas ante la increíble informalidad y venalidad de los funcionarios encargados de las adquisiciones militares. Pero Nigeria, la primera potencia de África, con un PIB que equivale casi al de la mitad de todo el continente negro, puede hacer frente a la guerra sin grandes esfuerzos. Basta con que no se vuelvan a llevar los fondos del Banco Central, del que han desaparecido 15.000 millones de euros, o que se ponga fin a las exportaciones «paralelas» de petróleo. Y, además, ha protagonizado un hecho poco común en la zona: un cambio de mayoría después de 20 años, casi sin violencia. Hay lugares en el mundo, a veces impensables, donde la corrupción sí paga factura. Aunque haya sido sobre una alfombra de muertos y desolación.
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