Ángela Vallvey

Enemigo

La Razón
La RazónLa Razón

Ya he escrito aquí sobre las ideologías, las creencias, y lo difícil que resulta –quizás imposible– derrotar las doctrinas de otro, su fe política, mediante el imperio de la razón, el sereno convencimiento, los argumentos lógicos... Porque no todos somos filósofos socráticos dispuestos a buscar la verdad, y lo más importante: a reconocerla cuando la encontremos. Como detalle ilustrativo, conviene no olvidar que el propio Sócrates fue juzgado y condenado precisamente por los mismos delitos que él reprochaba a los poderosos. Una triste ironía, vengativa. Debería tenerla en cuenta todo aquel que decide dedicarse a la política. Sí: en lo que atañe a las ideologías, convencer al contrario de que sus ideas están «equivocadas» es algo, de por sí, epistemológicamente complicado. Si la política hace «extraños compañeros de cama», como suele decirse, puede ser porque el interés los une, pero jamás porque alguien «cambia de opinión» (de hecho, muy pocos cambian de opinión: solo los sabios o los frívolos –o también los sabios frívolos–, realizan muy de cuando en cuando tal proeza). Así, no hay más que una manera, tal vez, de derrotar al enemigo político hoy día. Ya que no se le puede convencer, hay que vencerlo. ¿Y cómo lograr eso...? Somos civilizados, se supone, de modo que si el «arma» que puede usarse legítimamente es la razón, y ésta no vale un pimiento..., lo que queda es «el descrédito». Desacreditar al contrario político (ridiculizarlo, o descubrir su depravación, envilecimiento, deterioro...) es quizás la única forma de evitar que sus adeptos (votantes) le sigan aportando gran confianza en forma de votos contantes y sonantes. De la observación se deduce que mostrar la descomposición moral del enemigo, el monto de sus sobornos y su afición por el fulaneo, económico y/o prostibulario, empieza a dejar de ser efectivo (el votante ya lo ha descontado, como dicen los inversores en Bolsa). Sin embargo, al ridículo raramente hay quien sobreviva políticamente. Además, los profesionales de la cosa tampoco deberían olvidar que los alemanes tienen un dicho muy conocido: existen tres grados de enemigos, enumerados de menor a mayor importancia: «Feind», que es el enemigo a secas; «Todfeind», que vendría a ser el enemigo a muerte; y por último el «Parteifreund» (el más feroz de los enemigos), que podríamos traducir como «el amigo y compañero de partido». Frecuentemente, son los colegas quienes tratan de convertir en risibles a sus propios correligionarios. Para destrozarlos.