José Luis Alvite
España, sitio distinto
No hace mucho, el presidente Obama dijo que hace unas pocas décadas, él sólo podría haber entrado en la Casa Blanca para servirles el café a los invitados del presidente de los Estados Unidos. Me gustó que dijese aquéllo porque yo siempre he creído que aquel país era tal vez el único lugar del mundo en el que el cine imitaba a la realidad, un país duro y competitivo en el que se admiraban la iniciativa y el talento, un lugar en el que todo era tan trepidante, tan provisional, que a veces un tipo salía por la mañana de su casa a trabajar y regresaba por la noche a dormir a una casa distinta, un territorio sin ataduras en el que la acera de enfrente estaba en otra ciudad e incluso en las mudanzas cambiaban de cementerio los difuntos. Había ricos y pobres, como en todas partes, pero unos y otros eran considerados admirables si se habían labrado su destino con sus propias manos. Un tipo podía convertirse en reputado novelista dictando sus ideas y aprendía luego a leer para disfrutar de lo que hubiese escrito. A los muchachos de mi generación nos maravillaba leer que no era infrecuente que los hijos de los acaudalados trabajasen para pagarse sus estudios e imaginábamos como sería España si ocurriese que, como en América, un hombre rico se casase con una mujer también rica y tomasen juntos la decisión de tener un hijo pobre. También es cierto que Estados Unidos tenía a su favor una riqueza natural apabullante, una geografía inmensa en la que aun no habían secado los mapas y de tanto correr se cansaban los ríos, y que, ante tantas y tan variadas posibilidades de prosperar, hasta para ser pobre durante toda la vida había que hacer verdaderos esfuerzos. Para bien o para mal, todo es aquí distinto. Un español está perdido si carece de la inteligencia necesaria para ocultar su talento.
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