Agustín de Grado
Este PSOE caducó
Hace tiempo que las siglas del PSOE quedaron reducidas a una marca comercial. Sugestiva por su carácter redentor, pero de etiquetado fraudulento. Ni obrero (¿dónde están hoy?), ni socialista (bien lo saben los pensionistas), ni (por lo visto esta semana) con una idea indiscutida e indiscutible de lo español. Al PSOE le quedaba la P de partido. Lo que mejor le ha funcionado desde siempre. Esa máquina excelente de poder por el poder. Sin complejos. Explícito en sus orígenes («Este partido está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones»). Latente desde la muerte de Franco después. La segunda victoria de Suárez descolocó al PSOE: se creía el único partido legitimado para gobernar en democracia y se dedicó a derribarle con saña. La joven socialdemocracia de González encandiló a una amplia mayoría. Sonrisa fresca, puño de hierro. Apuntaba a régimen hasta que se vio desbordado por la crisis y la corrupción. Zapatero encontró por accidente una victoria insospechada y convirtió el cordón sanitario contra media España en el eje de una acción política que se ha convertido en la única alternativa para un socialismo en decadencia. Hemos visto de todo: apoyar a los proetarras en el País Vasco, gobernar con los independentistas en Cataluña y Galicia, echarse en manos de los comunistas asaltacaminos de Sánchez Gordillo en Andalucía... Muchos socialistas intuían a dónde conduciría tanto despropósito. Plañideras y cobardes. Nunca levantaron la voz. Sumisos ante el líder. El partido primero. Y el poder. «Salvo el poder, todo es ilusión». Leninismo. ¿Que el PSOE se rompe ahora y pierde la última sigla que le quedaba en pie? No parece mala noticia. La izquierda española necesita una formación coherente. No este PSOE falso. Donde nada es lo que parece en el envasado de una marca que ha alcanzado su fecha de caducidad.
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