Europa

Fue la palabra más oída el viernes 6 de mayo en la Sala Regia del Vaticano durante la concesión del Premio Carlomagno al Papa Francisco.

En sus discursos, el alcalde de Aquisgrán –donde nació el premio en 1950– y los representantes de las más altas instituciones de Bruselas utilizaron la palabra «Europa» y el adjetivo «europeo» profusamente.

No lo hizo menos Bergoglio, el primer Papa latinoamericano de la historia, como «un hijo –afirmó– que encuentra en la madre Europa sus raíces de vida y de fe» y que sueña con «un nuevo humanismo europeo... para el que hace falta memoria, valor y una sana utopía», como había dicho en su discurso pronunciado el 25 de noviembre de 2014 ante el Consejo de Europa en Estrasburgo. Evocando la famosa frase de Martin Luther King en Washington ante 200.000 personas en 1963, también Jorge Mario Bergoglio se aventuró a comunicar su sueño de una «Europa joven capaz de ser todavía madre». El Papa soñador desea también «una Europa donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano». Puesto ya a soñar sin límites, añadió: «Sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo». Este párrafo final de su alocución concluye con esta advertencia: «Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía». Los Papas han demostrado siempre un gran interés por el proceso de unificación europea, que han apoyado sin dudar. Era bastante lógico cuando los Pontífices eran italianos y lo mismo se diga del polaco Wojtyla y del alemán Ratzinger, que sufrieron en sus propias vidas los efectos devastadores de la guerra. Que un argentino (de orígenes italianos) se convierta en el adalid de una Europa «cansada pero todavía rica de energía y de potencialidades» no deja de ser sorprendente y estimulante.