Joaquín Marco
Europa navega lentamente
Europa es una nave de aparente nueva construcción, aunque aprovechando los viejos materiales. No es el radiante trasatlántico iluminado que aparecía en el filme de Federico Fellini y al que la gente del pueblo esperaba en alta mar simplemente para verlo pasar. Está enmohecido y viaja no se sabe bien hacia dónde. En los últimos tiempos parece como si el puerto de destino careciera de importancia, porque el abrumador presente impide hacer un ejercicio de imaginación. Nadie alude ya a los Estados Unidos de Europa, que fue un destino posible y aún menos la de las Regiones. Resulta difícil en la zozobra hacer otra cosa que navegar lentamente sin perder en el mar algo esencial. Alemania llevó un rumbo que dejó a los países del Sur en una situación difícil. Italia lleva ya nueve trimestres seguidos en recesión. El país acumula una deuda pública ingente, 2.076 billones de euros, el 133% de su PIB. País fundador, su papel histórico en la construcción de la Unión queda fuera de toda duda. Pero es natural que cada país, en momentos de crisis, vele por sus intereses propios. Francia, por ejemplo, anda algo mejor. En el último trimestre, su crecimiento ha sido del -0,1% frente al 0,5 del trimestre anterior. Pero ha reducido su competitividad y han disminuido las exportaciones. Crece el desempleo, aunque el Banco de Francia augura un crecimiento del 0,4% en el próximo trimestre. Es mala señal que uno de los dos países que se dividen más o menos el poder decisorio de esta Europa nueva ande a trancas y barrancas. Pese a los recortes que se han decretado no se advierten signos esperanzadores y se especula que sus problemas son de índole estructural.
Alemania muestra la mayor fortaleza de la zona, aunque su crecimiento en el tercer trimestre ha sido del 0,3%. Más alta, aunque no lo suficiente como para querer tirar de las economías en dificultades. La evolución de la economía alemana, sin embargo, procede de circunstancias históricas muy especiales. Tuvo que absorber la antes llamada Alemania del Este o comunista y, aunque subsisten todavía diferencias, se ha unificado y potenciado un territorio que ha costado un gran esfuerzo no sólo a los interesados, sino al conjunto continental. Pero al margen de sus exportaciones, que disminuyen, centradas precisamente en este gran mercado europeo, se confía en que crecerá la demanda interna. Los alemanes con sus minijobs y su economía a medio gas siguen siendo el motor de una Europa renqueante. Gran Bretaña, fuera del corsé del euro, ha crecido el último trimestre un 0,8. Al margen de algunos países como Luxemburgo o Dinamarca, por razones peculiares, el crecimiento del conjunto de la eurozona ha sido en el último trimestre de un escaso 0,1%. Estamos en línea. El peso específico de las dos grandes economías, Francia y Alemania, marca la pobreza de la cifra. Éstos son los motivos por los que el BCE ha bajado el precio del dinero hasta el 0,25%. Se pronostica en la zona euro una salida lenta y costosa de la crisis. Andamos todavía, en la escalada, en el primer campo base. Naturalmente, no se auguran menos dificultades a España con su desorbitada tasa de paro, pese al optimismo moderado del presidente al referirse a la evolución económica. Es más que probable que las pruebas que se avecinan de nuevo sobre la Banca den resultados positivos. El gobernador del Banco de España, Luis María Linde, asegura que se han logrado «bancos más transparentes, que han sido analizados de diversas formas. Y es de todos conocido el nivel de transparencia de las entidades españolas». Las operaciones bancarias han dejado escasos supervivientes a la proliferación de entidades y oficinas. Lo estamos sufriendo con una cierta angustia.
De las cincuenta y cinco existentes, restan ahora catorce. Desaparecieron las cajas de ahorros con sus peculiares sistemas de gobierno y algunos de sus directivos han pasado ya la pena del telediario o han sido citados por los jueces. Tal vez, como no se cansa de repetirnos el Gobierno, ha pasado lo peor, pero lo que nos queda por delante sigue siendo malo. Y, mientras tanto, si Europa y las dos grandes potencias, Alemania y Francia, no tiran del carro, va a resultar más largo y difícil salir de este pantano en el que nos metimos o nos metieron. Resulta natural, por tanto, que cualquier especulación sobre la Europa del futuro resulte, tal vez, hasta improcedente. Comparada a otros mercados emergentes (algunos de los cuales ya va a menos) o con el potencial asiático, la vieja Europa constituye un ejemplo a no seguir. Nuestra sociedad del bienestar, de la que nos sentíamos tan ufanos, se está resquebrajando. Pero, pese a las dificultades, ser europeo tiene todavía sus ventajas. Y no me refiero al hecho de que aquí se concentra el mayor número de obras de arte o de cultura por metro cuadrado, sino a las perspectivas que pueden vislumbrarse. Éste es un continente envejecido que, cuando despegue, requerirá sangre nueva que posiblemente debamos importar, ya que los índices de natalidad resultan claramente negativos. Disponemos de tantos y tan variados reclamos que convierten esta zona del mundo en un artificioso espacio cultural. Por todo ello, es menester no perder de vista el papel que debe otorgarse a la preparación académica, a los estudios especializados, a la investigación y a la cultura en general. Ésta, en su conjunto, constituye un patrimonio que nadie podrá arrebatarnos. Una política económicamente más expansiva podría ayudar a superar el primero de los obstáculos.
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