Ely del Valle

Excusas y acusaciones

La Razón
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La transversalidad, la toma de decisiones conjunta, la dirección compartida... Sobre el papel y en teoría, todo esto suena muy bonito... mientras funciona. En el momento en que las cosas se tuercen, la necesidad de focalizar la culpa suele acabar con las veleidades igualitarias y lo que hay, que es lo de siempre, aparece con una nitidez meridiana: la tropa culpa a los mandos, los mandos se culpan entre ellos y el jefe supremo (que siempre existe, vaya que si existe) culpa a la tropa, a los mandos y al vecino de enfrente.

Es en lo que andan ahora todos los que han perdido. Unidos Podemos es el ejemplo más claro. Las bases, que aplaudieron a rabiar la estrategia de la confluencia, miran ahora con recelo al grupo de expertos en Ciencias Políticas preguntándose si no habrá sido un tanto precipitado ponerse en manos de un grupo de teóricos; los del círculo de Iglesias se señalan entre sí preguntándose, como los padres de Ligia Elena en la canción de Rubén Blades, en dónde fallamos para que, teniéndolo todo, la niña –o sea los votos– se haya fugado con el trompetista –o sea Rajoy–, y Pablo achaca el fracaso de no haber sido capaz de hacerse el «sorpasso» ni a sí mismo a la indolencia de la tropa, que el día de las elecciones sesteó mecida por el triunfalismo que arrojaban las encuestas, a sus lugartenientes, que no le avisaron de los riesgos de matrimoniar por conveniencia, y al Brexit, que pasaba por allí.

Si a la hora de gobernar, la nueva política se ha revelado como un mix entre la improvisación y el desatino, a la hora de hacer autocrítica y de asumir responsabilidades en lo que se ha quedado es en lo de siempre. Si la novedad de su catálogo le durase lo mismo, Ikea hace años que estaría en la ruina.