Alfonso Ussía
Final en Bruselas
El Real Madrid –y me parece muy bien–, no tolera que en su estadio se insulte al Rey, se desprecie al Himno Nacional y se exhiban banderolas separatistas. Por ello, la Final de la Copa del Rey no se va a disputar en el Estadio Bernabéu, aunque perjudique al Sevilla cuya afición respeta al Rey, se suma emocionada al Himno Nacional y sólo ondea y flamea la bandera de su club. Estamos hartos de la grosería y la pésima educación de la afición del Barcelona, que no sólo deplora, sino premia a sus infectados seguidores con mimos y cortesías.
El club separatista le pone mucho interés a la Copa del Rey, que es el Campeonato de España. Su afición se frota las manos cuando el Barcelona alcanza la final, que es casi siempre. Pero no hay que facilitarle sus gozos de corral. Y para la presente edición me permito regalar una sugerencia a la devastada Real Federación Española de Fútbol, siempre que la directiva del Sevilla acepte la cosa. Final en Bruselas –Waterloo carece de estadio digno para ser el escenario de tan importante encuentro futbolístico–, presidida simbólicamente por Puigdemont. En Cataluña, lo simbólico ha adquirido en los últimos meses carta de naturaleza. Fue simbólico el Proceso Independentista, simbólica la declaración de independencia, simbólica la República de diez minutos, simbólica la fuga de Puigdemont, y simbólico el cumplimiento del deber de los Mozos de Escuadra. Excepto el dinero público utilizado ilegalmente y la estancia en prisión de los dirigentes de ERC, la ANC, y Omnium Cultural, el resto es puro simbolismo. En Bélgica se castiga y se multa el desprecio al Himno Nacional de los belgas, valones y flamencos, que se conoce como «La Brabançonne». De tal modo, que no se admitiría el desprecio al Himno Nacional de España. Los belgas son muy garantistas con los demás, pero no con lo suyo. La única dificultad se plantea en el protocolo. Presidir un partido de fútbol es muy sencillo. Basta con sentarse en el sillón presidencial. Pero presidir simbólicamente una final del Campeonato de España en Bruselas, es complicado. No existen sillones presidenciales simbólicos, como bien sabe hasta Elsa Artadi, la de Harvard. Son tan catetos que han encumbrado a una golpista por haber estudiado unos meses en Harvard. Se puede presidir simbólicamente una final si ésta se disputa con similar espíritu. Y si el resultado es simbólico. Y simbólica la copa, que no se entregaría al simbólico campeón porque los triunfos simbólicos no se acompañan de trofeos. Y menos si son de plata, grandes y fáciles de empeñar en una platería de Amberes. En ese caso, el Rey no se movería de La Zarzuela, no se interpretaría el Himno Nacional, los sevillistas abarrotarían las gradas de Banderas de España, y las estrelladas cubanas de los separatistas, allí exhibidas, carecerían de importancia. Y solventado el problema de la ubicación del simbólico, presidiría el partido la Presidenta de Andalucía, que no es simbólica sino de verdad.
Una final de la Copa del Rey en el Heysel de Bruselas tendría sentido. Por otra parte, en Bélgica se come muy bien y el presidente de los árbitros Sánchez-Armiño, que simbólicamente es del Barcelona, se pondría las botas. Y los sevillistas, que son gente de buen humor y saben disfrutar de lo extravagante con su culta ironía romana, lo pasarían de cine mudo con estos simbolismos. Pero en el Bernabéu, no. En el Metropolitano, es de esperar que tampoco. En Mestalla, menos aún. Sólo queda Bruselas, con el fugado presidiendo simbólicamente la última final previa a su larga estancia en la cárcel, que no será simbólica sino efectiva. En fin, que en Bruselas y a pasarlo bien.
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