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La Razón
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Este verano me he hecho un «webo» de fotos. Yo prefiero decir «me he echado», o mejor dicho «me he echao» pero vamos a disimular que somos de pueblo y tal. Es como lo de preguntar «qué echan por el UHF» que puede que suene cateto pero que es trasversal: lo entiende hasta el Tato.

El caso es que se me ha llenado la memoria del móvil, pero vamos, que la memoria de mi móvil es como la de la pez Dory, que se peta en cuanto me fotografío los tobillos, que se me hinchan con el calor, salen muy rotundos y la tarjeta se muere de miedo y dice que verdes las han segao. En realidad, el puñado de fotos que me he echao en las playas españolas ha ido directamente al cubo de la basura que aparece arriba a la derecha, porque yo en las fotos salgo que parezco Lola Gaos, con lo que procuro destruirlas antes de que rulen por ahí en un descuido.

Bueno, pues me voy a tirar el folio para que Vds piensen que leo y eso. Según un estudio del «Journal of Personality and Social Psychology» (cómo se han quedado, hijicos) sacarse fotos en los viajes y en las fiestas y cuando estás de picos pardos hace que todo te sea más placentero y que lo disfrutes muchísimo. Porque hasta ahora se creía que parar cualquier acontecimiento para inmortalizar el instante contribuía a que la cosa fuera a peor, que se cortaran los ritmos.

Pero después de la investigación se ha llegado a la conclusión de que la peña no se acuerda de qué fotografiaba, sino que viendo el paño, recodaba justamente cuándo había disfrutado más. Y otra cosa importante: mirando comprueba que lo pasó fenomenal y le hace recordarlo para siempre. Ay, amigas, si no fuera porque salgo como si fuera una modelo de revista médica tendría toda mi vida pasándome por delante. Como diría mi amiga la Romerito «a ver si me preño que estoy harta de meter barriga».