Lucas Haurie

¡Gaspar vive!

Cuando falleció Giulio Andreotti, hace tan sólo unos meses, en Italia cuentan que todo el mundo se sorprendió con la noticia: «La mitad creía que ya se había muerto y la otra mitad estaba convencida de que era inmortal», me resumió mi tío al teléfono. Aquí puede haber ocurrido algo parecido, salvando las distancias penales e intelectuales, al contemplar a Gaspar Zarrías entonando la Internacional, puño en alto, al cierre del guateque findesemanero del PSOE. Muchos pensábamos que al muñidor del chavismo, que ya era un señor mayor cuando fue sorprendido en el Senado ejerciendo a coces el derecho a voto ajeno, se lo había tragado alguna de las sucesivas avalanchas renovadoras que ha provocado Mercedes Alaya en el socialismo andaluz. Los más crédulos aseguraban haberlo visto en una playa caribeña con 1,90 de estatura y melena heavy por la cintura gracias a la cirugía estética pagada con los billetes que le sobraron a su amigo Juan Lanzas después de asar una vaca. Pero absolutamente nadie contaba con volver a ver entre quienes aspiran a renovar al segundo partido de España al rostro que más claramente se identifica con la más execrable de las maneras de hacer política. Pretende el novísimo pero numeroso ejército susanista haber manejado con maestría los tiempos con Rubalcaba: un poco de oxígeno prestado para que se pegue la gran torta en las generales y asalto a Ferraz cuando toque. Pero nada potable podrá construirse mientras no se deshagan de los responsables de haber embarcado al socialismo en la espiral de indecencia que los ha hundido. Gaspar Zarrías entre ellos.