Julián Redondo
Gato negro
Jackson Martínez reanuda los viajes de Marco Polo, ahora en pos de la seda china, y de la tela, sobre todo, como obviando que lo que deja atrás no es percal sino inadaptación. Simeone se culpa por su incapacidad para aclimatarlo a la atmósfera rojiblanca, exigente, como no puede ser de otra manera en un equipo pensado para tocar el cielo tras purgar más de dos años en el infierno. En el acto de la firma con el Guangzhou, el colombiano, gesto adusto, serio, mostraba la cara de circunstancias y el doloroso rictus de Figo cuando le presentaron en el Madrid. La única sonrisa de oreja a oreja, la del superagente Jorge Mendes, que en siete meses suma casi ocho millones de euros en comisiones por los traslados de Martínez.
Sin Jackson, el camino de Fernando Torres hacia el gol cien queda expedito, o más despejado. Menos competencia en esa demarcación específica enredada en un millón de gatos negros; pero como no espabile de aquí a mayo el puesto terminará siendo amortizado por Viettos y Correas si él no encuentra la luz. Como dice Cate Blanchett, «si te crees lo que dicen bueno de ti, te tienes que creer lo malo», y los hechos sostienen que el Niño no le hace un gol a una silla. Necesita minutos y, por encima de todo, una pizca de suerte. Porque él lo intenta; corre, no ha perdido velocidad, abre vías de penetración a otros compañeros, pero cuando chuta se atranca. Hay palabras que estigmatizan, como «sé fuerte» o «yo te quiero, coño, te quiero»; pero los hechos, fundamentalmente los hechos, son tozudos. Y es su reiterada negación ante el gol lo que complica la renovación con el equipo de sus entretelas. En su cabeza y en sus piernas, la solución: el gol.
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