José Luis Alvite

Herr Angela Merkel

Herr Angela Merkel
Herr Angela Merkellarazon

Es evidente que los alemanes están satisfechos con la eficacia de Angela Merkel, a quien acaban de renovarle su confianza en las urnas. Por tratarse de un asunto interno de Alemania, no hay nada que objetarle al resultado. Es conocida la afición de los alemanes a dotarse de dirigentes fríos y resueltos, tenaces para el esfuerzo, con escaso sentido del humor, inexpresivos y resistentes al sacrificio, capaces de disfrutar expresando su felicidad en un idioma que a mí, personalmente, me parece ideal para que te suministren sin error el pedido en la ferretería. Reconozco mi pertenencia a una generación recelosa de lo germánico, que en mi infancia aparecía asociado a Otilia Ulbritch, la corpulenta profesora de alemán del instituto, una señora enorme y adusta que hablaba el español con un punto de agonía, como si al final de aquel esfuerzo sin aire fuese a expectorar un grumo de wolframio. Cada vez que me decía «buenos días» me intimidaba. Dudaba de sus buenas intenciones y ni siquiera estaba seguro del sexo al que pertenecía. Se parecía mucho a aquellas sólidas matronas de Alemania Oriental, un país secreto y hermético en el que yo imaginaba que en sus facultades de Medicina los ginecólogos estudiaban los misterios genitales de la mujer por un manual de calderería. Merkel procede de aquel país secreto y policial, sólo que ha sido endulzada por los hábitos democráticos y nos hemos familiarizado con ella. Me recuerda a la señora Ulbritch por su artillada feminidad, pero me he acostumbrado a reconocer su vago encanto funcional y no me da el mismo miedo que me inspiraba la vieja profesora de alemán. A lo mejor resulta que la señora Merkel ha dado el paso decisivo para dejar de ser una matrona de la RDA y convertirse en un hombre de provecho. Ayer la vi cantando en la tele y le agradecí el esfuerzo que seguramente supone ser cordial en un idioma en el que incluso la felicidad parece un castigo.