Ángela Vallvey

Hombre

No debe ser de fácil ejercer de hombre en estos tiempos. En las últimas décadas, las mujeres nos hemos empoderado de manera espectacular. Aunque estamos muy lejos de la igualdad con los varones (y eso en Occidente, del resto del mundo ni hablamos...), las mujeres que nos precedieron fueron capaces de dar un paso de gigante del que nos aprovechamos las contemporáneas, y cuyos beneficios deberían disfrutar nuestras descendientes. Muchos hombres han reaccionado con desconcierto ante el nuevo poder de las mujeres. Algo nunca visto, ¡en incontables milenios...! Da la impresión de que los hombres actuales, de cualquier edad y condición, se dividen en dos bandos: los que aman a las mujeres y los que tienen miedo a las mujeres. Atesoro la fortuna de haber conocido a muchos hombres a los que, aparentemente, no les resulta difícil serlo. El trabajo de ser hombre me parece muy duro, pero ellos lo hacen fácil: familiares, amigos, colegas, conocidos, vecinos... Puedo dar el nombre y filiación de tantos hombres de una pieza que me alegra el corazón saber que existen y que son mayoría. Pero los hombres que no aman a las mujeres –como rezaba la famosa novela–, que posiblemente las temen, también existen. Temen esa soberanía de la que jamás había hecho gala, al menos legal, la mujer; temen la fuerza desconocida que faculta a sus compañeras para, quizás, llegar incluso a hacerles sombra... Y el miedo, como decía Montaigne, es una extraña pasión que puede llegar a trastornar el juicio.

Cuando un hombre, tan fiero como cobarde, asesina salvajemente a la mujer que amó, o a sus hijos, como acaba de ocurrir estos días con dos niñas en Asturias, pone en evidencia el fracaso de toda una sociedad, que no ha sabido educarlo en la delicada disciplina de ser un hombre de verdad.