José Luis Alvite

Ilsa Lund

Ilsa Lund
Ilsa Lundlarazon

Yo nunca creí que la Ilsa Lund de «Casablanca» estuviese en realidad dispuesta a permanecer al lado de Rick Blaine y dejar a su marido. En la escena final de la película es evidente que ella lo que necesita es que él le insista para que se suba al avión entre la niebla y que su deseo de permanecer en Casablanca es sólo un acto de estricto fingimiento, una actitud retórica. Ni siquiera un tipo como Rick podría retener a una chica como ella. No quiero pensar lo que me habría contestado Ilsa Lund en el caso de haber acudido yo con ella al aeropuerto de Casablanca. Me daría un beso en la mejilla y correría hacia el avión por delante de sus pies. Yo no me habría sorprendido en absoluto porque las chicas como ella jamás dudan entre el amor y el confort. Me diría: «Lo siento, cariño, pero tengo que subir ya a ese avión o arruinaré mi vida para siempre. Nunca supiste elegir el momento para retenerme. ¿Es que no tienes ojos en la cara? El tiempo ha empeorado y sabes que la niebla riza mi pelo.¿Por qué te empeñas en creer que mis sentimientos pueden más en mi corazón que la jodida humedad en mi melena?». Y se habría largado sin miramientos, como se larga Ilsa Lund mientras Rick Blaine se traga con cinismo el sapo de la despedida y el capitán francés convierte el sonoro fracaso en una frase con la que salir del paso. Michael Curtiz nunca definió con claridad el personaje femenino de la película y cada cual puede juzgar a Ilsa a su antojo. Yo lo tengo claro. A los pocos días recibiría en Casablanca una carta suya dejando las cosas claras: «No tendrías que haber esperado nada heroico de mí. Te fallé en París y te abandoné en Casablanca. Créeme que lo siento. No te disgustes. Consuélate pensando que sólo fui una mancha en tus gafas».