Francisco Marhuenda

Incoherencia del PSOE

La Razón
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El complejo ciclo electoral que vivimos este año explica parcialmente la incoherencia de algunos planteamientos de la oposición, pero en algunos casos la doble vara de medir deja estupefacto. Desde los años de la Transición hemos vivido feroces campañas de acoso y derribo desatadas por el PSOE que luego han quedado en nada. El objetivo es siempre descalificar al adversario, algo que sufrieron tanto los dirigentes de UCD como luego del PP, con los que se actuó de forma inmisericorde, hasta el extremo de destruir la imagen de las personas afectadas o estigmatizar a los partidos. Otra cosa distinta es su actitud cuando les afecta a ellos. Una de las consecuencias de la crisis económica y los escándalos de corrupción ha sido el desprestigio de la clase política. Esto ha conducido a una sobreactuación que ha puesto sobre la mesa la actividad de los diputados y senadores.

Ahora todo vale en estas campañas de acoso y derribo. No importa que las actividades estén declaradas y sean legales, porque la nueva «inquisición» mediática ya no necesita ni siquiera que exista una imputación –que cabe recordar que no es una condena–, porque se erige como si fueran los herederos de Savonarola o Robespierre, dispuestos a señalar con su dedo a aquellos que consideran indignos de ejercer un cargo público. El PSOE tiene una importante responsabilidad, porque considera que estigmatizando al adversario, en este caso al PP, puede conseguir el poder.

El portavoz parlamentario socialista, Antonio Hernando, tendrá que explicar sus otras actividades, ya que se ha erigido en un censor de las conductas ajenas sin importarle que fueran legales y declaradas. He de reconocer que siempre me han producido desconfianza los comportamientos de los nuevos inquisidores, porque recuerdo aquella máxima de «dime de qué presumes y te diré de qué careces». Me parece muy acertado que los diputados mantengan actividades profesionales, siempre que sean legales, declaradas y transparentes. No me gusta que el Parlamento se llene de «funcionarios» de la política o de fieles servidores de los aparatos de los partidos.