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Irán

La Razón
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Las trompetas del ángel de la muerte no sonarán en Persia. Al menos durante los próximos doce meses, que es el plazo mínimo que tardaría Irán en reunir el material radioactivo necesario para la bomba. Gracias al acuerdo con la comunidad internacional, del que España será verificadora, los sátrapas iraníes han sacado del país once mil kilogramos de uranio enriquecido y desmontado dos tercios de las centrifugadoras, así como el reactor nuclear para cocinar plutonio. La Agencia Internacional de la Energía cuenta con un «acceso sin precedentes» a las instalaciones nucleares del país, en palabras de Ernest Moniz, secretario del Departamento de Energía de EE UU. Obama no cerró el agujero cuántico en Guantánamo ni alivió la brecha entre las vapuleadas clases medias y los muy ricos, pero siempre podrá decir que apaciguó el avispero de los ayatolás. Un volcán que en febrero conocerá elecciones al parlamento y que también renovará la Asamblea de Expertos, conciliábulo religioso que aconseja a un líder supremo, Ali Khamenei, que podrían abandonar la primera línea. Amnistía Internacional, en julio de 2015, comentaba que: «El impactante número de ejecuciones del primer semestre del año en Irán traza un cuadro siniestro de una maquinaria del Estado que lleva a cabo homicidios premeditados y aprobados judicialmente a escala masiva». Conviene recordarlo cada vez que hablemos de deshielo en un país que patrocina ahorcamientos y lapidaciones y que enchirona a los corresponsales extranjeros y a las lectoras de «Lolita» en Teherán.

Como escribe Timothy Snyder en «Tierra negra: El Holocausto como historia y advertencia», los judíos de Europa fueron aniquilados, principalmente, en el este, o sea, allí donde cayeron con estrépito las estructuras del Estado, las aduanas del contrato social y las redes de la burocracia. La alternativa al pacto nuclear con Irán nos aproximaba al ventisquero de una posible intervención militar. Si algo demuestra el marasmo homicida que baña la región es que no basta con liquidar las viejas salvaguardas estatales. O levantas otras o entre los escombros, en mitad de la tierra yerma, nacerán nuevos monstruos. De lo que deducimos que el mundo no puede permitirse el lujo de asolar a la potencia chií sin elucubrar a cambio un andamiaje que la sustituya. La espantosa irrupción del EI, la hecatombe iraquí o la sangrienta cenefa siria corroboran que el damero oriental, tan fragilizado y violento, vive enfrentado entre las fuerzas arábigas y las iraníes, ambas patrocinadoras del terrorismo y hambrientas de influencia geopolítica y oscuras razones vengativas. Mal asunto que para descabezar la hidra terrorista nos veamos en la tesitura de apostar por unos u otros, pero peor sería que aparte de la barbarie yihadista y la proliferación de estados fallidos hubiera que enfrentar la posibilidad de un territorio ingobernable en Irán. La democracia no llegará sino a lentas cucharadas, gracias a la influencia cultural de Occidente y el lento paso de los vagones del tiempo, pero entre tanto habrá que conformarse con aplazar el Armagedón pronosticado en Oriente, cuando «el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas».