Reyes Monforte
Jardín salvaje
Para el poeta checo Rainer Rilke, la única patria que tiene el hombre es su infancia. Si es así, estamos creando una humanidad de apátridas que no va encontrar lugar en el mundo, si es que, al paso que vamos, queda alguna tierra que habitar. Un tercio de los apátridas del mundo son niños, sin nacionalidad, sin hogar al que regresar, sin derechos fundamentales. Como si no fueran, como siendo invisibles.
La vida se ha llenado de infancias rotas. Cuentan las Ong que los niños refugiados que huyen de la guerra acaban encarcelados y no en un centro de menores por la falta de infraestructura y de sensibilidad adulta. El Estado Islámico utiliza a niños de 5 años como arma de terror, como en su día los utilizó Al Qaeda llenando de explosivos sus mochilas del colegio y convirtiéndoles en terroristas suicidas. Hay niños soldado que son utilizados como escudos humanos y adiestrados para matar. Si los niños muestran la realidad adulta, la imagen suele sacudirnos no sólo la mirada, sino el alma y el cuerpo.
Cuando dos poetas coinciden, alguna razón les asiste. Mario Benedetti creía que la infancia es a veces un paraíso perdido pero otras, es un infierno de mierda. Neruda solía describirla como un jardín salvaje. Esa es la instantánea de muchas infancias. Imágenes de la sinrazón de bebés muertos incluso antes de nacer, como en la franja de Gaza donde hace unas horas falleció una mujer embarazada junto a su hija de 3 años. Un hombre palestino de 65 años increpaba a unos soldados israelíes diciéndoles que debían dejar de disparar a los niños. La respuesta fue un disparo.
Un mundo en el que los niños se comportan como adultos y éstos como críos, es un mundo enfermo, decrépito y sin esperanza en el futuro.
El psiquiatra Karl Menninger pensaba que lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad. Lo llevamos claro.
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