Antonio Cañizares

Julián Marías

Se están cumpliendo este año los cien del nacimiento de D. Julián Marías, uno de los pensadores más grandes e importantes de la España contemporánea, uno de los prohombres españoles de este último siglo que mejor representan el alma, la identidad, el proyecto, lo más genuino de lo que somos: sencilla y llanamente, España. Una figura así, en todo momento, particularmente en el centenario de su nacimiento, se merece todo reconocimiento y ser puesta de relieve en el espacio público, también en la esfera de la Iglesia, a la que tan diáfanamente amó y sirvió en su recia y honda cristianía que animaba todo su pensamiento y su gran obra. Necesitamos acudir a Julián Marías, lo necesitamos todos los españoles en estos momentos de confusión y zozobra por la que atraviesa España, incomprendida y no suficientemente amada, y ante esta grave emergencia social y cultural de debilidad del pensamiento, o en medio de esta crisis y quiebra profundas de humanidad que estamos padeciendo con tan graves consecuencias; también tenemos necesidad de personas como Julián Marías en la Iglesia, en esta situación que vivimos en que tal vez muchos de los cristianos pretenden vivir en el anonimato, sin que se les note demasiado, o en la que con tanta y poderosa secularización envolvente se pretende reducir lo cristiano a algo privado y residual, o en la que no pocos ignoran o pretenden ignorar nuestras raíces de la fe para pensar las grandes cuestiones que afectan al hombre y a la sociedad y acuden acomplejados a otras fuentes que nos avocan al vacío y a la nada y son incapaces de generar un pensamiento serio, bien fundado y dar respuesta a las cuestiones más vitales y decisivas; necesitamos de hombres así, de cristianos como Julián Marías en momentos en que quizá se viva una cierta desconfianza en la capacidad humanizadora de la propia fe o también una carencia de libertad y valentía para anunciar el Evangelio en defensa del hombre y de los valores eternos, con capacidad para una verdadera regeneración de nuestra sociedad y para el surgimiento de una humanidad nueva y renovada. No podemos olvidar ni pasar a un ámbito irrelevante a esta personalidad, humilde y verdadera, un intelectual como la copa de un pino —el último hasta hoy–, de una talla excepcional, que nos ayudaría tanto en cualquier momento, pero particularmente en el que nos encontramos.

Como homenaje y reconocimiento, como signo de agradecimiento, y como «botón de muestra» de su grandeza, en este artículo, traigo a colación palabras suyas sobre una realidad que amaba con todo su corazón grande y le iluminaba, España, a propósito precisamente de aquel libro tan lúcido y esperanzador, que, me consta, apreciaba mucho, «España inteligible», un libro que ayuda muchísimo a que los españoles nos entendamos, pues tan necesitados estamos de entendernos. Decía él, «este libro cumple lo que el título promete: inteligibilidad. Por lo visto esta noción irrita; se prefiere la idea de que España es un país ''anormal'', conflictivo, irracional, enigmático, un conglomerado de elementos múltiples y que no se entienden bien. Mostré que España es coherente, más razonable que otros países, en suma, inteligible si se lo mira desde su génesis, sus proyectos , su argumento histórico. Como se ha decretado lo contrario, hay una manifiesta resistencia a mirar la realidad y a tomarla en serio. Lo inaceptable es el título, que va contra las ideas recibidas y aceptadas sin crítica, aunque la experiencia las desmienta. Todo antes de admitir que se entienda lo que ha acontecido, que se comprenda un proceso histórico excepcionalmente coherente si se lo mira con la razón histórica y no con la razón abstracta» (Julián Marías).

Es cierto, resulta tópico fácil afirmar que «España es un país de rupturas, propenso a la discordia». Pero la historia «nos muestra un grado sorprendente de continuidad. Los cambios de orientación no son excesivos ni bruscos, las variaciones históricas han sido moderadas, comprensibles, las requeridas por la condición viviente de un país». «Lo que sorprende, a lo largo de muchos siglos, es la coherencia de la historia española, su continuidad», y así, sorprende «el carácter inteligible de casi toda nuestra historia» (Julián Marías). Llevados de la mano de D. Julián Marías, deberíamos bucear y profundizar más en esa continuidad y en esa inteligibilidad para encontrar bastante de la luz que necesitamos en la España de hoy, cuyos problemas, aún siendo muy importantes y apremiantes los económicos, no son los principales y, por ello, no son los más decisivos. Estoy convencido, al hilo de lo que pensaba y nos transmitió escrito D. Julián Marías, que, por ejemplo, el tema de la vida, su defensa y protección es más importante. Pero de esto hablaré en otra ocasión. Acabo esta colaboración semanal en LA RAZÓN dando gracias a Dios por este regalo que nos concedió al mundo, a España y a la Iglesia: D. Julián Marías, al que también, de todo corazón, agradezco inmensamente el legado tan precioso y tan rico, tan hondamente humano, que nos dejó y necesitamos asimilar. Y no olvidemos que tenemos una deuda con él: conocerlo y aprender de él, como buenos discípulos de un gran maestro, lo cual resultará una gran cosa para todos.