El desafío independentista
Junqueras siempre gana
Los últimos movimientos de la política catalana tienen un claro fundamento demoscópico. Los inspiradores del derecho a decidir y del proceso soberanista, la Convergència de Artur Mas y Carles Puigdemont, están siendo devorados por su gran proyecto de autodeterminación. Su descenso –caída en picado en las encuestas, sería más ajustado decir– obliga a Carles Puigdemont a realizar filigranas tratando de impedir lo que parece inevitable: una convocatoria electoral avanzada que pondría punto y final al partido que ha sido el eje de la política catalana en los últimos 40 años.
El pasado día 23 de diciembre, la «cumbre» soberanista se quedó en una simple reunión en la que se pusieron en evidencia las desavenencias en el mundo independentista. Se alcanzó un acuerdo de mínimos que se ha convertido en una entelequia en apenas un par de días. Colau mantiene su ambigüedad –ya veremos hasta cuándo consigue mantenerla sin que le pase factura– al apuntarse a un referéndum que sea pactado con el Estado y al que no se le ponga fecha. Los «Comunes» de la alcaldesa de Barcelona quieren liderar el soberanismo pero sin decantarse por la independencia. Una opción arriesgada que permite a Puigdemont subirse a este carro, porque ni al uno ni a la otra les interesan nuevas elecciones. Ambos necesitan ganar tiempo. Puigdemont para evitar la «catástrofe» y Colau para poder revitalizar un proyecto que cuaja en generales y municipales pero que pincha en autonómicas.
La CUP saca pecho y pone un límite de tres meses a esa intentona de acuerdo porque quiere abanderar a lo más granado de la tropa radical abocando a Cataluña a un escenario de «hostias que parirán terror», en palabras de la alcaldesa de Berga, Montse Venturós. Los independentistas radicales quieren consolidar un espacio «antisistema» que, a tenor de la encuesta, se mantiene, y que siga siendo determinante. Esta vez, con un matiz, si quiere ERC.
Los republicanos siguen en un perfil bajo y sin demasiados aspavientos. Oriol Junqueras lo tiene fácil y deja claro que no se repetirá la fórmula de Junts pel Sí porque está en el mejor escenario. Si se hace el referéndum, ganará, porque blandirá un argumento irrefutable: «Ha sido gracias a nosotros», como apuntó nada más finalizar la reunión independentista en la que no dejó protagonismo al presidente Puigdemont. Es más, le llevó la contraria cuando afirmó que «el referéndum se hará». Si no se hace la consulta, también ganará. Culpará del fracaso a Puigdemont y la CUP, y recogerá la cosecha de votos que lo izarán al liderazgo independentista, por un lado, y a dirigir la Generalitat, por otro, tal y como se desprende de la encuesta que hoy publicamos. Mientras Junqueras esgrime un discurso genuinamente independentista y trata de ponerse como referente mayoritario en este mundo, como líder de ERC, al tiempo muestra su piel de cordero como vicepresidente económico. En el último informe a los inversores –desvelado por «El Confidencial»– Junqueras no apunta ni el referéndum ni menciona ni una sola vez la palabra independencia. Es más, la garantía de estabilidad institucional, que apunta la Conselleria de Economía, es el FLA, el Fondo de Liquidez Autonómica. Además, Junqueras, a diferencia de Puigdemont, ha abierto la carpeta negociadora con el gobierno. Su equipo mantiene reuniones con La Moncloa y se prodiga con el mundo empresarial para transmitir que de «desobediencia» –como apunta la CUP– nada de nada y que referéndum sin garantías, ni hablar.
Esta doblez en el discurso le está aupando electoralmente. Anula a Convergència, dando la vuelta como un calcetín al mundo soberanista desde 2010 deja a Colau en un «quiero y no puedo», y arrincona a la CUP. Junqueras tendrá la llave de la caja. Si se produjeran elecciones, podría mantener el pulso soberanista con los restos de los de Mas y Puigdemont más la CUP, o podría darles la espalda buscando nuevos socios en los podemitas de Colau y los socialistas de Miquel Iceta, que siguen recuperando fuelle. Este nuevo tripartito sería posible porque Junqueras, tras un nuevo fracaso de la consulta –condición «sine qua non» para que haya elecciones–, podría recalar en aguas más mansas y dejar el referéndum para mejor ocasión. Además, los convergentes no estarían por la labor de dejarse estrujar aún más por los republicanos. Cada día son más voces en el PDeCat que prefieren ir a las trincheras e iniciar su propia travesía del desierto.
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