José María Marco

Juventud

La Razón
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Hasta hace poco tiempo vivíamos en sociedades que habían hecho de la juventud el centro de una nueva religión. Las cosas han cambiado a raíz de la crisis y la evolución de las posiciones políticas, sobre todo en nuestro país. Los dirigentes políticos y mediáticos se han esforzado por convertir la recesión en una crisis de régimen, con un corte radical entre lo nuevo y lo viejo. Lo joven y la juventud han adquirido un prestigio nuevo, de orden distinto, a medias entre lo político y lo existencial.

Ahora mismo, en España, se es joven o se es viejo como se es rico o se es pobre: sin zona intermedia. Por eso mismo, la juventud no depende de la edad: depende de una cierta manera de estar en la vida, en la que se declinan muy particularmente dos cuestiones. Una es la conciencia de no pertenecer del todo al sistema y de participar de una condición precaria. Esto no basta, sin embargo. Para ser joven, se ha de cumplir una segunda condición, que es la conciencia de poseer la titularidad de unos derechos inalienables que la sociedad ha de satisfacer. La crisis, que tantas expectativas ha frustrado de antemano, no ha acabado con la convicción de que la sociedad sólo es legítima en función de los derechos –políticos, pero también sociales– que satisface.

Sin la conciencia de sus derechos, un joven lo será de una forma exclusivamente romántica, trágica, fácil de manipular por tanto. En cambio, si carece de la conciencia de la precariedad, será un joven satisfecho, proclive al conformismo. La clave por tanto está en el punto en el que las dos cuestiones se cruzan. Es ahí donde la juventud adquiere su potencial innovador y, llegado el caso, revolucionario.

La cuestión, llegados a este punto, no es satirizar esta nueva juventud, algo bastante sencillo (cómo se conjuga el socialismo con el iPhone, por ejemplo, o la vida urbana con la bicicleta...). Se trataría más bien de ofrecer a los jóvenes la posibilidad de responsabilizarse de verdad de la vida propia, que es tanto como hacerlo de la de los demás. Tanto como crear trabajo –indispensable en cualquier caso– se trata de integrar, abrir, demostrar en la práctica que la sociedad, o el sistema, son capaces de dejar de seguir siendo máquinas de excluir y crear precariedad. La sociedad no se divide en viejos y jóvenes, pero es un hecho que al menos un cuarto de la población no se siente incluida en ella.