Ayuntamiento de Madrid
La ciudad vertedero
Carmena disfruta de sus vacaciones, que no digo que los alcaldes, alcaldesas o presidentes de la comunidad de vecinos no merezcan unos días, unos meses, unos años sabáticos. Quizá allá en esa playa de Cádiz no encuentre bolsas de basura a las puertas de su casa, mierda enmoscada en los bordillos de las aceras, el acre aroma del orín o, si tiene suerte, y no por intención erótica, líbreme Dios, el espectáculo de la micción en directo, tan edificante que da lugar a ríos meados que podrían verse vía satélite, tal es su brava corriente. Carmena vive en sintonía con la Naturaleza, pero los vecinos de Madrid nos tropezamos con un vertedero enorme, estiércol en tierra estéril, porque esa asquerosidad no da más frutos que la náusea. Parafraseando a Dámaso Alonso, Madrid es una ciudad de un millón de excrementos (según las últimas estadísticas). La inmundicia se revuelve en las calles no ya como metáfora ni leches sino como realidad cotidiana. La alcaldesa cree que con su pedagogía de abuela (no lo escribo por su edad, se puede actuar como un abuelo a los quince años) desaparecen las cacas de perro y los del botellón recogen las vomitonas con sus colegas en cuanto se pasa la borrachera. Ni la abuela rockera es tan buenrollista. Lo que empezó siendo una molestia para los madrileños comienza a ser una emergencia sanitaria a la que las autoridades de la cosa parece restarle importancia. Nos multan por saltarnos normas absurdas y permiten que una ciudad sea la letrina del reino. La fiestas de estos días son intransitables. Las chinches han tomado el barrio de Lavapiés. Al fin Madrid es tercermundista, hermana de esas urbes que tanto gustan a los que ahora nos dirigen. Madrid se rasca sin que se le pase el picor. La sarna política nos mantiene en el basurero sin que a nadie se le ocurra un escrache a los que se quedan en agosto al frente de este chiringuito de secano, tan adorable si todos pudiéramos dormir sin un circo de pulgas. Nunca vi este Madrid tan acosado por la podredumbre. O tal vez la memoria me falla. Ya casi somos parte de la basura, personajes sucios que vamos mimetizándonos con el paisaje de la charca. Esta moral de papel higiénico que hace que en Madrid, efectivamente, haya al menos un millón de cadáveres pudriéndose. En vez de cambiar nombres a las calles y regalar locales a los «okupas», en fin, esa retahíla de fatiga populista, todos esos concejales y vocales vecinos podían coger la escoba, baldear las calles, utilizar ese populismo en algo útil para la gente. Hasta que Carmena no coja la bayeta no se acaba el problema. Ahora que los de Podemos están mano sobre mano, qué mejor servicio al pueblo que limpiar lo que ellos han dejado ensuciar por buenismo e incompetencia.
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