Martín Prieto
La corrupción de Kohl
Su esposa se suicidó víctima de la tensión ambiental sobre la familia, aduciendo que su fotofobia la condujo a una depresión letal, cuando el odio a la luz puede paliarse con cortinas y unas gafas de sol. Pero el alemán que por más tiempo ostentó la Cancillería tras Bismarck, el unificador de Alemania, quien empujó sustancialmente la Unión Europea, era un excluido social, un leproso político, abandonado por sus amigos personales tras los casos de corrupción de su partido, la demócratacristiana CDU. Cada una con matices, Alemania y Reino Unido combaten imaginativamente la corrupción. Los alemanes entienden que lo que no se fiscaliza en los ayuntamientos luego es imposible controlar en un ministerio, y en la honradez local, la más próxima, basan la criba de pícaros. Los resultados no son idílicos, pero un presidente dimite por haber recibido un crédito blando, o se trunca una carrera por engordar un currículum o copiar una tesina. En España la corrupción es un arma política que no te conduce al ostracismo, y algunos convictos son protagonistas de la crónica social. Un español corrupto siempre es un perseguido político, al contrario de la caída en los infiernos sufrida por la gran figura europea de Helmut Kohl. Un conservador católico, intelectual, de clase media, mal orador, sin otro lujo que la comida, trenzó amistad con Felipe González, Mitterrand y toda la socialdemocracia europea por su gran capacidad para entender otras opiniones. Kohl arrastraba a Felipe por Segovia para cenar tres veces, y nuestro presidente le enviaba los mejores jamones por valija diplomática. La derrota es huérfana, pero la victoria tiene cien padres. La caída del muro y la descomposición de la URSS pueden ser atribuibles a la debilidad de Gorbachov, a los engaños de Reagan o al alcoholismo de Yeltsin, pero Kohl tuvo todos los hilos en la mano y la voluntad de asumir el tremendo coste de la reunificación alemana. La corrupción le ha dejado solo y sin estatua.
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