M. Hernández Sánchez-Barba

La Coruña en Santo Domingo

La Razón
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La emigración española a América es una constante natural desde 1492. Este fenómeno ha sido profusamente estudiado aunque no sistemáticamente investigado. La razón es al tiempo sencilla y compleja habiendo sido los profesores Ángel Bahamonde y José Cayuela los que han ofrecido una respuesta más completa en su libro «Las élites coloniales españolas en el siglo XIX» (1992). Ambos sitúan a Cuba en el centro del prodigioso arranque de la expansión azucarera al originarse diversos ciclos de auge económico simultáneos. Una élite hispano-cubana va consolidándose así sobre una base de riqueza impresionante que puede examinarse en los archivos notariales y registros de la propiedad de Madrid, Londres o La Habana. Junto a Cuba, las demás Grandes Antillas, La Española (República Dominicana y Haití) y Puerto Rico llamaron poderosamente la atención del mundo como foco de inmensa potencialidad económica.

Es lógico por tanto que las familias españolas, a partir de finales del siglo XIX y hasta la primera mitad del XX, se fijasen en las Antillas como clara opción de renovación personal al abrirse un abanico de posibilidades de mejora de su nivel de vida. Así, muchos ciudadanos, sobre todo norteños, empezaron a emigrar en busca de fortuna.

Uno de éstos, entre cientos de miles de casos, fue Santiago Iglesias Veiga, nacido en 1930 en La Coruña. Una vez cumplido el servicio militar, Santiago se enteró de que el dictador dominicano Rafael Trujillo ofrecía tierras en propiedad a agricultores españoles para incrementar la producción agrícola. Aquello era una oportunidad que no se podía desperdiciar teniendo en cuenta que, aunque políticamente la República Dominicana estaba bajo el férreo control del trujillismo, desde una perspectiva personal era una oportunidad que la economía española no brindaba.

En 1955, llegó Santiago Iglesias a Ciudad Trujillo, la bella capital caribeña que el arrogante dictador dominicano había rebautizado con su nombre. Aquella ciudad, refundada por Nicolás de Ovando entre 1503 y 1509, había sido la primera establecida por España en el Nuevo Mundo. En 1955, la capital dominicana acogía una exposición internacional: la Feria de la Paz y de la Confraternidad del Mundo Libre. En ese ambiente, el joven Iglesias fue recomendado por la Embajada de España a la sastrería Jiménez que le ofreció trabajo, iniciando su curso de honor. Y ya acabando 1957, abrió una nueva sastrería que recibió el nombre de «La Coruña» inaugurando así la senda del triunfo.

Quince años después, Santiago Iglesias había convertido a «La Coruña» en la mejor sastrería dominicana y hasta caribeña. Y llamó a su sobrino, Antonio Iglesias Tejero, alavés de Vitoria que acababa de perder a su padre, hermano de Santiago, para que viajara a Santo Domingo y le echara una mano en la sastrería. Toñito, que es como todos le conocemos, llegó a Santo Domingo y consecutivamente se licenció en Ciencias Económicas e hizo cursos de alta sastrería en prestigiosos centros de Barcelona, Milán y París. Poco después, Santiago llevó a Santo Domingo a Roberto, hermano de Toñito, que también se integró al trabajo de la sastrería, estudiando Derecho por la noche. Roberto compaginó el trabajo en «La Coruña» con el ejercicio del Derecho ingresando en la Directiva de la Casa de España, centro de reunión de la emigración española en la República Dominicana.

Cuando su tío decidió retirarse tras 50 años de actividad laboral, Toñito y Roberto dieron la talla de su verdadera valía en el arte de la confección tomando el timón de la sastrería para seguir vistiendo a la élite de la sociedad dominicana sobre la base del corte magistral de Toñito. Éste, asistido por la eficacia simpar de su hermano Roberto, ha conseguido recoger con eficacia el legado de su tío haciéndose imprescindible en el arte impecable del vestir dominicano. La sastrería «La Coruña» ha combinado la elegancia del corte a la inglesa, con la gracia del Finis Terrae coruñés, el afecto y la nobleza de una España que desde hace más de cinco siglos ha enviado a buena parte de sus mejores hijos a América.

Toñito y Roberto han sido también campeones en el campo del reconocimiento entrañable y, al cumplirse el sexagésimo aniversario de «La Coruña», ambos sobrinos rindieron un emotivo homenaje a Santiago, su fundador. Allí se juntaron los clientes que a lo largo de más de medio siglo han pasado por una sastrería que no sólo es centro de artesanía y de trabajo, sino además importante sede de tertulia de la capital dominicana, donde hispanoamericanos, españoles y otros europeos confraternizan. Y mientras trabaja Toñito, el maestro del corte, los contertulios intercambian puntos de vista sobre la actualidad política o las tendencias culturalesen boga. Toñito y Roberto logran, con su exquisita hospitalidad en aquel punto del centro del Santo Domingo más moderno, la remembranza de la patria lejana, creando un paraíso de fraternal amistad y confianza.