María José Navarro
La Duquesa
Se ha muerto la Duquesa de Alba y por televisión se han visto cosas extraordinarias. Desde el anuncio de su muerte con gesto de Arias Navarro a reportajes con el paisanaje rompiendo a llorar. Desde entrevistas con el artista de Macael encargado de la lápida al repaso extenso de una vida llena de momentos sublimes, repleta de toros y sevillanas. Ha tenido una la sensación estos días de homenaje sobrepasado de que en cualquier momento aparecía también el Cid a caballo, sensación de vuelta atrás, de retroceso, de retorno de una caricatura que creíamos superada. Y todo eso a pesar de que Cayetana (Doña Cayetana para los cortesanos de a pie) tuvo más bien una vida adelantada a su tiempo: nunca jamás ocultó que los placeres mundanos y de alcoba estaban muy por encima en su tabla de prioridades que los que se le presuponen a una Grande de España, título este, no me lo negarán, con aroma a naftalina y a cebolla. Recuerdo que me tocó cubrir la última boda de la Duquesa con un señor y que tuve sensaciones encontradas. Por una parte me admiraba la falta de pudor de esa mujer que, sobreponiéndose a las miradas escrutadoras, estaba haciendo de nuevo lo que le daba la gana. Y por otra, sentía una profunda ternura por ella, una ternura que me susurraba «rescátala y llévala a un sitio tranquilito». Como dirían los clásicos, la doña se volvió a poner el mundo por montera. Como dice mi amiga Mónica, con ese patrimonio y esa pasta me pongo yo el mundo no de montera, sino de bolso. Se ha muerto la Duquesa de Alba y por televisión aún tendremos que ver a su costa cosas extraordinarias.
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