María José Navarro

La edad

La Razón
La RazónLa Razón

Este sábado igual me corto el pelo aprovechando que tengo que ir a darme el tinte. Cuando te das el tinte lo que te suele pasar es que te suena el teléfono todo el tiempo. Luego te vas al cabex, te lavan la cabeza y ya no te llama ni Perry Mason. Recuerdo que una vez me sonó justo en esa tesitura, con el tinte recién puesto, y era mi madre.

«Dime madre», le dije. «Espera, que se pone un hombre». «Hola, buenas tardes. Mire, me llamo José Eduardo Sánchez y soy comercial de una compañía eléctrica que distribuye también gas». «¿Qué hace Vd. en casa de mi madre?». «No, mire, verá, estoy ofreciendo mejores precios por el suministro que damos en comparación a otras compañías». «Páseme con mi madre, haga el favor. Madre, ¿qué hace ese tío ahí?» . «Es que el chico dice que pago de más y me quiero cambiar a su compañía y me tienes que dar permiso tú». «Madre, pásame con él». «Que dice mi hija que te pongas, José Eduardo».

«Haga el favor de salir de casa de mi madre o voy y me como su hígado». «Pero no se ponga Vd. así, señorita». «Yo me pongo como me da la gana». «Tú no la hagas caso, José Eduardo; que es una sota. Qué antipática eres, hija mía».

«Madre, no quiero que abras la puerta a extraños y no quiero que te dejes engañar. ¿A que le has sacado un botellín, madre? «Sí, y unos berberechos». «Oiga, mire, soy José Eduardo otra vez. Es que no me parece bien cómo trata Vd. a su madre». «¡Hasta ahí podríamos llegar, que Vd. me dijera a mí cómo tengo yo que hablar a mi madre!».

Resultado: cambio de compañía, mi madre se hizo amiga del comercial y a mí no me cogió el tinte del cabreo. Y es entonces cuando caes en la cuenta de qué ocurrió: ya eres la madre de tu madre.