Restringido
La evanescencia
Para las personas de mi generación entender el mundo que nos rodea resulta cada día más difícil. Me refiero esencialmente a la política, pues quien más quien menos de entre nosotros, allá por nuestros años universitarios, cuando el franquismo parecía una roca aunque le faltara poco tiempo para disolverse a la muerte del general, estábamos imbuidos de radicalidad y, con ella, salíamos a la calle para expresar nuestro descontento. Pero cuando se produjo lo que entonces se designó como el hecho biológico, cuando vimos por la televisión cómo, en la basílica de Cuelgamuros, una pesada losa encerraba para siempre el cadáver de Franco, casi todos buscamos los puntos de encuentro que nos permitían construir la vida común sin abandonar el disenso. Seguramente pesó en ello el recuerdo ignoto de la Guerra Civil, de la que todos habíamos oído hablar aunque la inmensa mayoría no la habíamos vivido.
De esa experiencia, no sin serias dificultades, emergió la Constitución y el sistema político fundado sobre ella que, con un amplísimo respaldo, los españoles ratificamos un seis de diciembre. El consenso fue la clave, no para anular el debate partidario, sino para encauzarlo en un marco institucional irreprochablemente democrático. Esto es lo que la evanescencia que se ha adueñado de la política española durante los tres últimos lustros ha ido carcomiendo hasta hacer de los rivales, especialmente en las concepciones de la izquierda, enemigos irreconciliables. Sólo así se entiende que, por ejemplo, el objetivo político capital del PSOE no sea la redistribución, la equidad o cualquier otro concepto tendente a cerrar el abanico de las desigualdades entre los españoles, sino echar al PP del Gobierno.
Tal vez haya en todo esto mucho de cambio generacional, de manera que la incorporación de los jóvenes a la política, singularmente entre los profesionales de ésta, ha ido arrinconando a los que aún cuentan con la memoria de otra época y su conocimiento no ha podido transmitirse porque en los partidos, vaciados de su sustrato ideológico, ya no hay formación de militantes y sólo queda el manejo de los resortes del poder. De los días en los que había que leer, debatir y escuchar ya no queda ni siquiera un recuerdo y lo que ahora prima es la inane porfía de las consignas encerradas en un tuit o en un video de Youtube.
La política es eso, se dice, y lo que cuenta son los segundos en los que cada partido logra estar en un candelero trastocado de candelabro, pues ahora no es el escenario de las letras, con sus altisonantes conceptos y su retórica palpitante, lo que vale, sino la pequeña pantalla led en la que el triunfo lo concede una «mazagatos» cualquiera exhibiendo su ignorancia. Restablecer en ese contexto los viejos consensos y dar a la luz, con ellos, nuevas instituciones que nos lleven otra vez lejos, se me antoja una tarea imposible. Estamos sin saberlo en medio de un naufragio y corremos el riesgo de perecer en él sin comprenderlo.
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