Enrique López
La fe y la razón de Europa
Angela Merkel ha dicho que Europa necesita volver a sus raíces y volver a conectar con Dios y la Biblia para sortear la crisis actual de la inmigración, que tiene contornos religiosos. Sugiere que las personas deben volver a la «tradición de asistir a un servicio de la iglesia de vez en cuando y tener algunos fundamentos bíblicos inquebrantables», y a renglón seguido defiende su política de asilo con los refugiados a la vez que reclama un cierto grado de autocrítica en el mundo occidental, teniendo en cuenta que «muchos de los terroristas yihadistas han crecido en nuestros países». No me cabe duda de la valentía de la dirigente alemana y no me resisto a pensar cuáles serían las respuestas en España si un responsable político hiciera semejantes reflexiones. Las raíces judeo-cristianas de Europa son innegables y por más que algunos quieran desterrarlas, están y estarán, fundiéndose en la esencia del modelo intelectual y espiritual europeo, conformando su cultura y educación y, sobre todo, dotando a Europa, junto con el resto del mundo denominado occidental, de una férrea cultura de respeto a los derechos fundamentales de la persona y a la dignidad de la misma. La guerra que se libró entre la Iglesia católica con la razón y la racionalidad en tiempos pretéritos se ha saldado con un equilibrio enriquecedor entre ciencia, razón y fe que hace que hoy en día pueda convivir el ejercicio de las religiones cristianas con el desarrollo científico y sobre todo con el asentamiento del racionalismo. Razón y fe van de la mano en la actualidad, siendo absolutamente injusto que se enjuicie en la actualidad la labor de la Iglesia católica por actitudes personales del pasado, puesto que la Iglesia como organización humana está condicionada por el desarrollo intelectual de cada momento. El problema no está en el abandono de la fe, algo legítimo en un mundo respetuoso con la libertad ideológica y religiosa, cuando la fe se sustituye por la racionalidad no hay temor alguno, porque ambas tienden a la búsqueda del bien. El problema surge cuando la fe se sustituye por ideologías que se presentan como absolutas en sí mismas y como sustitutivas de la religión, pretendiendo convertir sus pilares ideológicos en auténticos dogmas de fe que, cuando no son admitidos o contrariados, se presentan a los que lo hacen como auténticos apóstatas civiles. Estas ideologías absolutas se quieren convertir en el auténtico sentir del pueblo, puesto que quienes las profesan se erigen en naturales representantes del mismo, de tal modo que sus opositores democráticos se convierten en una especie de enemigos del pueblo. Personalmente, estoy de acuerdo con Merkel y por ello entiendo que renunciar a los pilares cristianos que han conformado Europa sin más es un riesgo que nos debilita frente a los que asumen y profesan su religión, por ejemplo, la islámica, con los excesos que cuando menos les impiden condenar los atentados contra la vida humana que se cometen en nombre de Alá. Esperemos que la luz de la razón también les alcance pronto y puedan profesar su religión haciéndola compatible con el respeto a los demás.
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