Pedro Narváez
La mafia del cine
Lo recuerda el director de cine Michael Haneke, un raro experto en desentrañar el desa-sosiego humano y las raíces de la violencia. Mañana estrena en el Real de Madrid su visión del «cosí fan tutte» de Mozart y el domingo se sentará en Hollywood como uno de los favoritos a los Oscar. Su máxima: «Sin ética no hay estética» . No voy a enredarme en el debate sobre la calidad del cine español porque no nos lleva mas allá del burladero y esta columna sólo da para hacer el paseíllo. Hay obras maestras, como la ganadora de los Goya de este año, y bodrios robados a nuestro bolsillo para el deleite onanista de sus autores. La madrastra de «Blancanieves», interpretada por Maribel Verdú, es un ogro rencoroso y ambicioso que acaba devorado por la maldad, la mayor corrupción del alma humana, más allá de los amnistiados por Montoro, y que podría ser el paradigma del nuevo rico sin esfuerzo por el que España acaba ensartada en la plaza pública. Pero no he venido a disertar de cine, sino de la mafia que lo controla, de los que hablan de libertad, pero siguen la consigna marcada sin que les remuerda la conciencia adormecida de tanto contar ovejas, de los artistas que no pueden trabajar, y no es el caso de Candela Peña, porque se desmarcan del discurso oficial del gremio y de los que nadie habla y a nadie entristece teniéndolos tan cerca, más aún que un desahuciado o una víctima de las infectas preferentes, de los reproches a los periodistas que hacen su trabajo para que las contradicciones de las estrellas no atraigan barricadas a las puertas de sus torres de cristal y les estropee el negocio. Reyes y reinas que no piensan abdicar mientras se escondan tras la pancarta que disfraza de harapos su alta costura ganada, estoy seguro, con el sudor de su frente. Lo llaman compromiso pero quieren decir corrupción. Los Goya han vuelto a poner en evidencia a la mafia del cine. Aquí estoy para lo que quieran, incluso para darme las gracias.
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