Fernando de Haro

La palabra «dádiva»

Tiene ciertas resonancias arcaicas. Son las cosas del Código Penal, que a veces guarda tesoros que han ido cayendo en desuso de la lengua de las gentes. Y por eso la «dádiva», que es lo que mismo que regalo, ya sólo la usan algunos poetas y los penalistas para hablar del cohecho. Del delito que castiga la conducta de un funcionario que a cambio de cualquier tipo de favor incumple con sus deberes.

El cohecho, o la dádiva recibida por el corrupto, estaba muy mal regulado en nuestra legislación penal hasta hace muy poco. Tan mal que el Consejo de Europa, a través del GRECO, nos recomendó en 2009 que para luchar contra los aprovechados simplificáramos la normativa y endureciéramos las penas. Fue lo que se hizo con la reforma de 2010 que cambió el Código Penal del 95: amplió los sujetos que pueden ser responsables y el concepto de funcionario. Se trataba de adaptarnos a los convenios europeos.

Pero, a pesar de que el cambio es reciente, la regulación del cohecho sigue siendo deficiente, a juzgar por los resultados. Hay pocas sentencias, poco más de 300 desde 1970. Y muchas de ellas son absolutorias. No es extraño que cuando se produce una condena, los empleados públicos no entren en prisión porque algunas de las sanciones son bajas y se pueden sustituir o suspender. El Código Penal tiene una evidente función intimidatoria, pero en este caso ese objetivo no se cumple. El único efecto realmente severo es la inhabilitación. Y además disponer de lo público para beneficio personal sale más barato penalmente que robar dinero privado. Una estafa, por ejemplo, está más castigada que un cohecho. Quizás en el subconsciente del legislador pesaba esa nefasta idea de que lo público no es de nadie y lo privado sí tiene dueño.

El realismo aconseja pensar que la modificación no será suficiente para combatir la corrupción. Ya decían los viejos catedráticos que del derecho, y menos del penal, no se pueden esperar efectos taumatúrgicos. Lo que no se alcanza con la educación no lo proporcionan los jueces. Con las leyes no se hace magia.