Manuel Coma
La parálisis italiana
Monti ha ejercido cargos muy importantes, pero nunca se ha presentado candidato a nada. Siempre lo han llamado. Ahora lo tiene más complicado. Quisiera sucederse a sí mismo, pero como alguien que cambia el estilo tradicional de política italiana, de poder por el poder y maniobras incesantes, que con frecuencia giran más, como en el caso de Berlusconi, en torno a la persona que a las ideas. Su acción renovadora consistiría en crear un centro que sería un tercer polo entre el centro derecha desideologizado y oportunista de «Il Cavaliere», también apodado el «caimán», y el centro izquierda que representa hoy la tercera metamorfosis del clásico comunismo italiano. La suspensión de aquella política lo mantuvo en el poder 401 días con una amplísimo apoyo parlamentario, que le permitió ganar más de cuarenta votos de confianza. Unos pocos días antes de alcanzar esa marca, la política tradicional irrumpió de nuevo en la escena y el Pdl, el Pueblo de la Libertad, del gran patrón de la política italiana de los últimos veinte años, se volvió contra «Il professore», y donde no había habido más que alabanzas, todo se tornó en acusaciones de desastre. Con el estilo monótono y mortecino que le caracteriza, Monti le ha ajustado duramente las cuentas a Berlusconi y ha cerrado la vía de colaboración con él. Tender puentes hubiera sido imposible porque don Silvio se ha lanzado a una estrategia de urgente arremetido contra el dimisionario, que seguirá al mandando en un Gobierno de gestión hasta las elecciones de finales de febrero.
Frente al habitual mundo de rencillas, Monti quiere poner el acento en la sustancia. A pesar de la puñalada final, ha agradecido lo mismo los apoyos que han venido de la izquierda que los de la derecha, reconociendo que ambos han tenido que realizar sacrificios, los de su diestra aceptando el aumento de impuestos y los de la izquierda tragándose los recortes y la política de austeridad. Berlusconi se encontró con que su colaboración le estaba saliendo demasiado cara. Su base se desmigajaba y más todavía la de sus aliados, por eso hizo una pirueta política y se lanzó a un desenfrenado ataque. El PD, Partido Demócrata, ha sido fiel hasta el final y debería ser el aliado natural del ese conato de centro que Monti quisiera encabezar. Pero ni a su derecha ni a su izquierda lo quieren ver como competidor y lo amenazan con que si alienta esa formación puede despedirse del puesto alternativo que le quedaría: la futura Presidencia de la República. Para Monti no sería cuestión de poder sino de llevar a término su política de salvamento de la economía italiana. De lo que presume y todos le reconocen es de haber salvado el crédito de Italia, cuando estaba por los suelos, insuflando así nuevas esperanzas al proyecto europeo y a su moneda común. Con una prima de riesgo por encima de la española cuando él se hizo cargo, y ahora por debajo a la nuestra lo que le queda por hacer está en su manifiesto «Cambiar Italia, Reformar Europa», de lectura muy recomendable en estas latitudes.
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