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La receta del Rey

La receta del Rey
La receta del Reylarazon

He escuchado con atención el discurso navideño del Rey y la verdad es que lo primero que se me ocurre decir es que, como casi siempre, lo mejor, lo incuestionable, ha sido el nudo de la corbata. Por la dimensión institucional de su persona, el Rey está obligado a decir cosas que no queden tan claras que puedan luego reprochársele. Ya se encargan después los politólogos de hacer las interpretaciones correspondientes y de decirnos lo que Su Majestad no quiso o no pudo decir, porque en su caso la claridad reclamada por algunos sería enemiga indeseable de la prudencia a la que está obligado. El lenguaje institucional es como es y no hay nada que objetar. Ni siquiera tiene sentido agradecer que el Rey haya mejorado su dicción, entre otras razones, porque lo peor de no decir nada es que, irónicamente, se entienda perfectamente lo que no se dice. Yo jamás me pierdo el discurso navideño del Rey. Aunque no me dice nada concreto, tampoco me resulta por completo insulso. Junto con el de la Lotería, constituye un murmullo clásico de la Navidad. Ni espero un premio del bombo, ni aguardo que diga las cosas claras el Rey. Me ocurre en estas fechas con Su Majestad lo mismo que con Julio Iglesias cuando por cantar en inglés me doy cuenta de lo fácil que es hablar idiomas en el caso de que, gracias a la melodía, no es necesario que te entiendan. Y a pesar de todo ha habido reacciones muy diversas tras el discurso de don Juan Carlos. Algo que era previsible, claro. Ocurre con los discursos de Su Majestad lo que con esos médicos que te diagnostican en voz muy baja y extienden luego una receta con la que puedes conseguir un medicamento en la farmacia de guardia o cien gramos de clavos en cualquier ferretería. A mí el discurso me ha gustado, sobre todo, porque si estás acatarrado te permite toser sin perder detalle.