Alfonso Merlos
La reválida
No se trata de pasar un examen porque se haya suspendido el previo, sino de pedirle a los españoles que confirmen (incluso con más fuerza y seguridad y número de votos) la validez de su pronunciamiento el 20-D, en el que establecieron ya con meridiana nitidez cuál debía ser la fuerza llamada a conducir los designios del país.
Ya se sabe de la costumbre de la izquierda de caricaturizar en modo tira cómica a Rajoy, y de estigmatizar cualquier estrategia del PP. Pero lamentablemente para quienes fueron derrotados en las urnas y aún así han maquinado con frenesí en los despachos para revertir ese fracaso, el presidente en funciones estaba en lo cierto. De ahí que hoy se pueda presentar ante los ciudadanos con crédito renovado, como un valor más seguro, como el garante de un proyecto alejado de las vacilaciones, las alianzas esotéricas, el populismo, los tumbos.
El crecimiento en los sondeos, las perspectivas optimistas –y al tiempo realistas– para el 26-J derivan de la convicción que se ha creado y ha cristalizado a pie de calle en los últimos cuatro meses. Las bautizadas de forma engreída y fatua como fuerzas del cambio han devenido en un conglomerado de sustancia ideológica maleable y reversible, en un manojo de contradicciones, en un laboratorio de ocurrencias, en un magma espeso donde –por encima de los principios– ha primado de forma letal y suicida la rapiña del poder. Con frecuencia, también en política, la consolidación no obedece sólo a los méritos propios y acreditados sino a los frenéticos y garrafales errores del adversario. Es exactamente esta mecánica la que dota hoy al PP, ante el votante, de una mayor fiabilidad y mejor consistencia.
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