José Antonio Álvarez Gundín

La superstición del petróleo

En el país con la energía más cara de Europa, que paga 100 millones de euros diarios en importar petróleo y otros 30 millones en adquirir gas, cabría esperar que el hallazgo de ricos yacimientos de hidrocarburos fuera festejado como una bendición del cielo o, más espumosamente, como si hubiera tocado el «Gordo» de Navidad. Pues no. En España, los faraones de las regiones agraciadas se lamentan como si de una plaga bíblica se tratara y les causa espanto la mera posibilidad de que pueda haber grandes bolsas de crudo a 3.000 metros de profundidad, que es el caso de Canarias y Baleares. Más al norte, en Cantabria, La Rioja y Navarra, lo que provoca un terror cerval es la existencia de gas, para cuya extracción se emplea el «fracking» o fractura hidráulica, método utilizado con gran éxito en Estados Unidos y en varias naciones europeas.

De no haber sido por el Tribunal Supremo, que días atrás ha restituido la cordura al legalizar las prospecciones en Canarias y al denegar a las autonomías la competencia sobre el gas, asistiríamos al esperpento de un país que siendo más pobre que las ratas en recursos energéticos renuncia a pagar menos en calefacción y en gasolina, cuyo precio está en máximos históricos. Los norteamericanos, por ejemplo, gracias al gas extraido por «fracking», son ya autosuficientes y el coste de la energía para sus empresas y hogares ha bajado hasta un 50%. Producen más barato y las familias tienen más dinero para otros gastos. Por no hablar de los miles de puestos de trabajo creados y de los impuestos recaudados por millones. Basta comparar la situación de EE UU con la de una Europa cautiva de la espita que maneja Putin a su antojo, para desnudar la frivolidad de unos políticos españoles que gobiernan comunidades deficitarias y con un 30% de parados. Claro que perforar la tierra no está exenta de peligros, como muy bien saben los mineros, que han regado con su sangre la sociedad del bienestar. La certidumbre absoluta no existe, pero el hombre no habría salido de la caverna si no hubiera arrostrado ciertos riesgos. Como es natural, hay obligación firme de garantizar la seguridad de la explotación, la salud de las personas y la limpieza del entorno. Si cualquiera de estas condiciones no se cumpliera en los límites necesarios, como ha sido el caso del almacén Castor, se desiste y punto. Pero no es el caso ni del «fracking» ni de los sondeos canarios, por más que el populismo de los virreyes autonómicos propague entre los ciudadanos una epidemia de superstición sobre las maldades que aguardan bajo la tierra. Cuando lo único que enterrarán será el futuro de miles de jóvenes sin oficio ni beneficio.