Francia

La UE: mensaje para España

Parecía que la Unión Europea iba a conseguir desplazar paulatinamente a los estados y con ese sentido se previó un sistema de competencias deliberadamente impreciso de «carácter finalista» (que permitía a la Unión actuar siempre con tal de seguir alguno de los fines generales de los Tratados fundacionales) pensando siempre en la realización de un proyecto de paulatina, incesante y continuada integración comunitaria. Y se reconocieron incluso ciertas cláusulas generales de atribución de competencias –Vertragsergänzungsklauseln–, que llevaban a dejar abierta la concreta repercusión final sobre los derechos de los estados miembros, un «ius commune» más allá de un «ius europaeum superior et dominans». Y los poderes implícitos, y el efecto útil, y el propio efecto directo, y la primacía del Derecho europeo, y la autonomía institucional por la que se hacía arraigar el Derecho europeo en la propia base social más inmediata, y el «spill over» derivado de las prejudiciales europeas ante el Tribunal de Luxemburgo, además de un aumento de competencias, etc. Desde luego en España nos creímos aquello de la Europa que iba a ir suplantando poco a poco a los estados. Más que euroescépticos nosotros fuimos «euroidealistas».

Frente a este marco general, surgieron primero ciertas posiciones críticas (en parte constructivas) frente a la aludida primacía del Derecho europeo (así, ciertas sentencias famosas del Tribunal Constitucional alemán, Solange, Maastricht, etc.). Seguidamente sobrevino el principio de subsidiariedad (que llevaba a poner en tela de juicio el ejercicio de competencias a nivel europeo, sometiéndolo a un test de eficacia). Y se negaron las competencias sin atribución y entraron en crisis las competencias compartidas de la UE al preferirse las competencias complementarias a fin de que los estados miembros no perdieran la competencia. En paralelo, se hablaba de «activismo de los jueces de Luxemburgo», de «centralismo europeo», de que «Europa somos los estados». Hasta (en un plano anecdótico) hubo por esos años noventa un curioso «estudio de habilitación a catedrático» de un profesor alemán cuya tesis fue propugnar una «acción procesal» contra Europa en caso de que el Derecho alemán bajara de calidad jurídica. En definitiva, se quiso ante todo dejar claro que Europa debía ser por fuerza compatible con las identidades de los estados nacionales. Ya en tiempos históricos en que nosotros defendíamos un proyecto común en Europa (haciendo compatible el Estado moderno con la idea de imperio, como ha explicado G. Bueno) esos mismos estados que siguen en el fondo recreándose en el atavismo identitario del Estado nacional fueron también los que mostraron férrea voluntad de no querer aportar a ese proyecto existente de unidad de lengua vehicular (el latín) y religiosa (hasta se inventaron una religión propia en Alemania y UK, lo que tiene bemoles). Y es discutible si no había más Europa en la propia Edad Media (cuando uno estudiaba el mismo Derecho en Oxford, Salamanca o Bolonia) que actualmente.

En definitiva, los grandes estados europeos han vivido durante las últimas décadas un proceso de refuerzo de su identidad consiguiendo –por arriba– matizar la presencia de Europa y, sobre todo –por abajo– eliminando cualquier poder regional que pudiera hacer competencia al Estado. Europa tiene un espacio, como estructura burocrática, junto a los estados, los municipios y las regiones (es notoria la capacidad de los bolsillos de los contribuyentes para soportar todo esto). Una Europa que dicta normas a un ritmo incesante que no se ve acompañado después por la realidad social: se sustituyen unos reglamentos por otros en la liberalización del transporte ferroviario, pero después no vemos en cualquier país europeo compañías extranjeras prestando este servicio, y se dictan normas para poder ser funcionario en otro país pero no observamos funcionarios de otros países... Al final todos estudiamos en Europa pero, salvo los políticos, trabajamos más en Iberoamérica. O al menos es discutible que la UE sea necesaria para lograr que un empresario italiano trabaje en Francia (y hasta sería digno de estudio si realmente aquello que un empresario puede hacer en Europa no puede hacerlo de forma no tan distante en cualquier otro lugar del mundo).

Ya Ortega y Gasset descubrió que España debía vertebrarse cuando viajó a Alemania. Y este es en efecto el mensaje: Europa nos enseña a hacer España; ser europeos es ser españoles; cada Estado busca la unidad dentro de sus fronteras. Tomemos nota de que esto es lo que es Europa.