Cástor Díaz Barrado
Las Américas
La reciente Cumbre de las Américas ha formalizado el inicio de la normalización en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos que tuvo lugar en diciembre del pasado año. Sin duda, es una buena noticia y, con seguridad, es el mejor camino para lograr el entendimiento y la cooperación entre los dos países. Se ha abierto una nueva etapa que, con sus dificultades, representará un cambio trascendental en las relaciones cubano-estadounidenses y que repercutirá en el conjunto de América Latina y el Caribe. Cuba es un actor principal de la región y no era coherente con el buen discurrir de las relaciones internacionales que estuviera ausente de los foros multilaterales en los que se debate sobre el futuro del continente americano. A pesar de la relevancia de este hecho, que ha sido calificado de histórico, quedan muchas cuestiones por resolver en el área latinoamericana y caribeña y falta mucho para que los Estados Unidos encuentren un perfecto acomodo en la región. Los errores de la política exterior de los Estados Unidos en relación con América Latina y el Caribe han sido reconocidos por la propia Administración norteamericana. El ejercicio de su condición de superpotencia no debe implicar, en ningún caso, el desprecio de la soberanía de los países de la región. Queda por ver cuál será el futuro de la Organización de Estados Americanos y cuáles son los planes que tienen los diversos países del continente americano en el camino hacia la integración económica. No existe una América única ni uniformada sino una multiplicidad de posiciones políticas y culturales en la región que, en modo alguno, son incompatibles con la cooperación y la puesta en marcha de acciones comunes. La profundización en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos debe ser el punto de partida para una revisión intensa de la política norteamericana en relación con sus vecinos. Hay que abrir nuevos espacios para la cooperación y no partir, de antemano, de posicionamientos rígidos e inamovibles. Las Américas precisan de marcos conjuntos de colaboración y deben aspirar, con el tiempo, al establecimiento de esquemas de integración entre los países de la región. El modelo no puede ser la imposición sino la cooperación entre países soberanos que vayan, progresivamente, depositando sus competencias en instituciones comunes. El poder en las relaciones internacionales contemporáneas está fragmentado, pero la única forma de asegurar la presencia de todos en la comunidad internacional del siglo XXI será la cooperación leal entre los Estados y, en particular, entre aquellos que conviven en un mismo espacio regional.
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