
Reforma constitucional
Las cosas de Mariano

Cuando ustedes lean este artículo, Mariano Rajoy estará a punto o ya habrá jurado su cargo de presidente del Gobierno en La Zarzuela ante Su Majestad el Rey. Será a las 10:30 de la mañana de hoy y supondrá el comienzo de su segunda legislatura. Atrás han quedado días, meses, casi un año desde las elecciones del 20 de diciembre de 2015.
El caso es que Rajoy tuvo una primera legislatura complicada, sobre todo para sus votantes: subió los impuestos, dio marcha atrás con la ley del aborto de Zapatero, fue tibio en la respuesta al desafío independentista catalán, le explotó la corrupción heredada de su partido... y todo eso con una mayoría absoluta que exigía reformas en la administración del Estado y en la autonómica que apenas se pudo iniciar. Y, lógicamente, aquello le pasó factura el 20-D. Y llegaron los partidos nuevos, jóvenes, limpios... por la derecha y por la izquierda, a la vez que el PSOE entraba en crisis gracias a un secretario general que ya había mostrado maneras psicotrópicas en la campaña electoral. Eso fue lo más grave.
A Mariano le estalló también el PSOE, aunque poco podía hacer él. Cualquier pacto con Pedro Sánchez era imposible. Rechazó su investidura –las cosas de Mariano– y esperó. Y el tiempo no sólo le dio la razón, sino que obligó a retractarse a todos ellos: Ciudadanos pactó con el PSOE, Podemos rechazó aquel pacto pero de paso pidió la vicepresidencia, cinco ministerios, TVE y el CNI, y Pedro Sánchez se quedó a verlas venir. Volvimos a votar un 26 de junio. Y el Partido Popular volvió a ganar un poco más holgadamente y el PSOE siguió bajando. Ciudadanos, que vio peligrar su futuro, pactó con el PP. Y Pedro Sánchez empezó a pensar en un gobierno con Podemos y los nacionalistas. Y hasta allí llegó su partido. Golpe de mano. Pedro Sánchez a la calle y gestora que impuso la abstención en la investidura.
Pero todo lo ocurrido no son cosas ni cuestiones que haya planteado Rajoy. Ni siquiera responsabilidad suya. Sí han sido suyos la administración de los tiempos y las esperas; saber sacar, como él dice, oportunidad de la contradicción; pensar que era decisivo para el futuro que el PSOE volviera a su sitio y, por qué no decirlo, aguantar la basura de su propia casa: de la «Gürtel» a Rita Barberá.
Ahora le queda una legislatura para un Rajoy en estado puro. Ya advirtió en el discurso de investidura que no va a deshacer todo lo hecho. Tampoco tiene necesidad. Convoca elecciones y se queda tan ancho. Pero estoy seguro –también lo ha dicho– de que quiere dar una oportunidad al pacto y al consenso; recuperar la normalidad en la vida política. Hacen falta reformas. Y reformas en las que participen todos los grupos. Y le queda, también, preparar el futuro de su partido. Las cosas de Mariano incluyen no dar la lista del Gobierno hasta el próximo jueves, quizá porque en ella se verán, más que premios a los compañeros que le apoyaron, una oportunidad de futuro y de diálogo con los partidos.
Y también para pensar en la legislatura que vendrá tras la suya. Parecen demasiadas cosas para hacerlas en poco tiempo, pero en España ya tenemos experiencia de que en un fin de semana se puede modificar la Constitución; y en un mes cambiar al secretario general y el voto de casi todo un partido. El problema para todo ello seguirá siendo el mismo: que el tiempo –largo, corto– lo seguirá marcando Mariano Rajoy. Así son sus cosas.
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