José Jiménez Lozano
Las esperas de junio
Aunque las primaveras sean alocadas, a veces bastante frías como remates del invierno, y otras veces como veranos adelantados, lo que no falla en estas fechas es que, si podemos esperar a las golondrinas, a las alondras y al cuco como acontecimientos verdaderos, porque lo son, entonces todo va pasablemente en el mundo, y éste resulta vividero
Nos percatamos pronto de la llegada de las golondrinas y, si las tardes son calurosas, también los vencejos en constante movimiento y gritando como los niños en los patios del colegio. Pero las golondrinas son unos pájaros especiales con su laureola de viajeras africanas, de consoladoras de Cristo en la cruz, quitándole las espinas de su corona, o de protagonistas de otra leyenda mitológica terrible, en la que se alzó como el signo de un dolorido canto, y se la llama «Filomela» como en el «Cántico» de San Juan de la Cruz.
Pero no se puede decir que haya primavera, si no hemos oído cantar al cuco, llamando cántico a la unas veces dulce, y otras burlona entonación de sus dos sílabas. Es difícil verle y, si se le ve, se siente uno un poco decepcionado por su modesto aspecto, mientras que su pariente la abubilla lleva un plumaje muy vistoso y una cresta como una tiara egipcia o un sombrero de dama eduardiana. Pero «Dulces esquilas y sonoras plumas» que decía Góngora, y las dos sílabas del cuco nos fascinan y, aunque a veces parezca estarse riendo de nosotros se lo disimulamos, porque quizás no haya en este mundo nada más reñido con los pesares y las melancolías que este silabeo del cuco.
Y es cierto que este pájaro utiliza comportamientos y tretas totalmente reprochables, tales como poner sus huevos para que los empollen en nido ajeno, no sin antes sacar de ese nido los huevos que allí han sido puestos por otras familias de pájaros. Pero lo que pasa es que trampas y trapisondas de esa clase mostramos y cosas mucho peores hacemos los hombres, como para ponernos a moralizar cucos.
La que sí es pura como un ángel, y el ángel de junio, es la alondra, que alza su canto de alegría o de lamento en las frescas mañanas, todavía con el relente de la noche, y a veces en los más o menos tibios atardeceres. Pero, especialmente si se las oye por la mañana, ya han ungido de alegría el día entero, como lo llenan de melancolía cuando su canto mañanero es una elegía por sus polluelos que algún depredador o un hombre mismo ha robado del nido. Aunque en otro tiempo, quien segaba a mano, o espigaba, respetaba a aquellos seres tan pequeños y con el pico siempre abierto, pidiendo comida: los golondrinillos, que mueren enseguida en la ausencia de su madre, porque sólo de ella quieren recibirla y son difíciles de criar en jaula, y esto sin pensar en el dolor que se causa, robando a esos polluelos.
Los segadores y espigadoras procuraban no tocar los nidos, y pasaban de largo, pero quizás una máquina, ahora se los lleva, a aquéllos por delante, y ni se recuerda que en la Biblia está la historia de Ruth la espigadora de Belén, que tiene un soberbio encanto, y es de un fuerte realismo tanto en el desgarro como en la alegría. Sentimos el aire mañanero de un día de verano, el olor de la paja en la era, el oro de los heces y la filosófica paciencia de la trilla. Y oímos los cuchicheos de satisfacción entre Ruth y Noemí, por los regalos que a aquella ha hecho Booz, después de despedirla de la era con el canto de la alondra. Y quizás recordamos, entonces, a alguien que de Ruth y Booz descenderá, y nacerá en aquella aldea de éstos, en un establo. Y, si no se olvidan, éstas son historias de amor y de alegría, de invierno y del estío, que tornan alegre y misericordioso nuestro corazón humano, como decía Nadejda Maldestam.
✕
Accede a tu cuenta para comentar