Ministerio de Justicia
Las manos de Poncio Pilato
Si dijera siempre lo que me conviene, no sería yo: los jueces me producen repelús y nunca he tenido mucha fe en la Justicia.
Para empezar, coincidirán conmigo en que un ámbito, donde lo primero que te preguntan los amigos es «¿quién te ha tocado?», porque no da igual un juez que otro, y donde al final se usa la fórmula «¿qué te ha salido?», tiene algo de lotería.
Y de alto riesgo, si encima anda por medio un jurado, institución que en mi memoria infantil aparece vinculada a Poncio Pilato y que se estrenó liberando a Barrabás y mandando al calvario a Jesús de Nazaret. En mi azarosa vida he tenido una docena de encontronazos con la ley y me han dejado huella.
En la Nicaragua somocista, hace de eso casi cuatro décadas, el «magistrado» que me interrogaba empeñado en que yo era un cómplice de los guerrilleros, me soltaba un bofetón cada vez que no le gustaba mi respuesta y en el Congo, justo después del derrocamiento de Mobutu, su «señoría» rompió delante de mis narices mi pasaporte, porque se me ocurrió insistir en que yo era español aunque respondiera en francés. En los estertores comunistas de Hungría, topé con un juez que dio por bueno que los policías me habían arrestado conduciendo borracho y zanjó el asunto repartiéndose con los agentes los 500 dólares que me impusieron de pena.
España es uno de los mejores países del mundo, con una Sanidad impecable, una Policía limpia, una Guardia Civil ejemplar y un sistema judicial casi inmaculado, pero hay detalles mosqueantes.
Hace un par de años, siendo todavía juez en ejercicio y antes de que lo inhabilitaran por prevaricación, Elpidio Silva me exigió «discretamente» 200.000 euros para no empapelarme y cuando comenté escandalizado el asunto, expertos jurídicos me dijeron que no era delito, sino el derecho de las partes a buscar un acuerdo prejudicial.
A Vicky Rosell, la «Miss Aeropuertos» de Podemos, tuvimos que pagarle un pastón, cuando nos condenaron por publicar que había algo sospechoso en los retrasos en su juzgado, un asunto contra su pareja sentimental, lo mismo por lo que ahora la empitonará el Supremo.
Todos tenemos derecho a la presunción de inocencia, pero cómo es posible que el CGPJ apruebe que los jueces sean invitados a cacerías de postín o bendiga su presencia pagada en foros como los que organizaba Ausbanc, cuyo «capo» Luis Pineda duerme en prisión acusado de extorsionar a los bancos y a todo el que se le cruzaba.
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