María José Navarro
Las notas
La paternidad responsable y moderna es un asco, amigos. Dentro de unos días se juzga a un señor de Arzúa que en dos mil diez y aprovechando su condición de funcionario (tienen una clase de acceso a determinadas aplicaciones informáticas) modificó las notas de su hijo entrando en la web de la Consellería de Educación gallega. El hombre, ni corto ni perezoso, hackeó el sistema y convirtió a su nene zote repetidor dos veces del primer curso de Bachillerato en apto para pasar de nivel. Total, que como nadie se percató, el padre ya rizó el rizo: se empalomó y certificó con un sello de compulsa imitando la firma de una de las funcionarias del centro de enseñanza que el nene podía acceder a un grado superior de eficiencia energética y energía solar. El chiquillo, fiel a su costumbre, la volvió a pifiar. Pero, queridos niños, el padre era un caballero de ideas fijas y confeccionó luego una nueva certificación académica como si fuera el secretario y que fue firmada por error por la dirección del centro y en la que se le daba por ideal para cursar un ciclo de formación de profesional de animación de actividades físicas y deportivas. No me negarán que el buen hombre se merece un monumento, y el chiquillo que le corran a gorrazos por el parque más próximo que tenga el papá a mano. Aún reconociéndole al progenitor un amor incondicional y ciego tremendamente emocionante, yo prefiero el tiempo pasado. Aquél en el que nuestros padres, lejos de encontrar un argumento para salvarnos la cara, nos la ponían escarlataojara. Yo una vez quemé las calificaciones. ¿Por qué? No lo sé, podía haberlas tirado a la basura. Pero las quemé. Aún me duele el pescozón.
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