Cástor Díaz Barrado
Legitimidades
Se suele decir, con soltura, que la Unión Europea está aquejada de un déficit democrático y que, en el proceso de construcción europea, está ausente la legitimidad. Todo lo contrario. La democracia es uno de los fundamentos básicos de la Unión Europea y uno de los principios en los que se inspira el conjunto de las acciones que lleva a cabo esta organización internacional. Ya nos gustaría que muchos estados del planeta dispusieran de los mecanismos y de las herramientas de carácter democrático que se dan en el seno de la Unión. El hecho de que los gobiernos de los Estados miembros asuman un papel protagonista en la toma de decisiones en la Unión no supone, en modo alguno, la quiebra del principio democrático. Todos los estados, para ser miembros de esta organización, deben disponer de un régimen democrático y, además, el funcionamiento de la Unión se basa en este criterio. La democracia no es otra cosa, en definitiva, que la concordancia entre la voluntad de los ciudadanos y el comportamiento de los gobernantes. No caben dudas de que los ciudadanos europeos han expresado, con nitidez y en numerosas ocasiones, su voluntad de cooperación e integración en el continente europeo. Otra cosa distinta será, sin duda, el modelo y los mecanismos que se han de empelar para lograrlo. Para ello, la Unión se ha dotado de instituciones que, al tiempo que facilitan el proceso de consolidación de Europa, también permiten que los diversos actores participen en la construcción europea. La expresión ciudadana en Europa debe ser conjunta y no se deberían, en general, emplear los mecanismos nacionales para determinar muchos de los avances que se vienen produciendo. No hay una única legitimidad democrática sino una amplia gama de legitimidades. La pugna entre lo nacional y lo supranacional debe resolverse en favor de esto último. Si los estados que integran, en la actualidad, la Unión Europea quieren jugar algún papel decisivo en las relaciones internacional de finales del siglo XXI deben sentar ahora las bases más profundas de su unión. El nacionalismo está atento y dispuesto a poner fin a los logros que se han alcanzado en los últimos cincuenta años. El nacionalismo que afirma su fe en Europa tiene una visión fragmentada y un objetivo muy claro: poner fin, de una vez por todas, a la única experiencia histórica que ha generado bienestar en el continente europeo. Corresponde combatir las visiones nacionalistas y no hay que temer puesto que la legitimidad democrática en la Unión Europea está garantizada.
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